El filósofo israelí Yuval Harari sostenía en una reciente entrevista publicada en El Semanal que, en el siglo XX, si eras un obrero e ibas a la huelga, la economía colapsaba. “Tenías cierto poder, porque eras necesario. Ahora no. No te sirve de nada ir a la huelga, ¿para qué?, si nadie te necesita”. Los trabajadores del sector del metal le han demostrado esta semana a uno de los más eminentes pensadores de los últimos años que no tiene por qué ser así: “Usted no es de Cádiz, señor Harari”, como cuando Elliot Ness replicaba al jefe de la Policía Montada del Canadá, “usted no es de Chicago”, por desaprobar sus métodos.
En cualquier caso, si Harari se equivoca al generalizar solo cabe pensar que lo hace de forma premeditada, para advertirnos en términos consecuentes de lo que nos aguarda con la “nueva economía del siglo XXI”, en la que la automatización ya destruye “un montón de empleos”, y en la que los obreros no serán “explotados”, pero sí “prescindibles”, como ha puesto de manifiesto la campaña impulsada estos días a través de redes sociales en la que se invita a no utilizar las cajas automáticas de los supermercados y las grandes superficies porque prescinden de empleados que, además, cotizaban a la Seguridad Social. En el fondo, todos sabemos ya que es una batalla perdida.
Lo saben también los ayuntamientos, que hasta hace un año recibían los proyectos de plantas fotovoltaicas con los brazos abiertos, las arcas municipales llenas y las aspiraciones de sostenibilidad colmadas, y ahora no saben cómo quitárselos de encima, puesto que su masiva instalación ha ido en detrimento del suelo destinado al sector primario, por no citar su escasa repercusión en el empleo, ya que, en cada una de ellas, se puede contar con los dedos de una mano el número de trabajadores necesarios una vez concluida la instalación del mar de espejos que se esparcirá como un paraje experimental, casi marciano, por la campiña jerezana y la Janda, principalmente.
En Jimena ya hace meses que lo viene advirtiendo y denunciando su alcalde, de acuerdo con los agricultores de su zona, y en Jerez ya han pedido a la Junta que frene las autorizaciones de nuevos parques solares -el término municipal suma una veintena; la mayoría en apenas un año-, al tiempo que se modificó el planeamiento urbanístico en tierras del Marco para impedir nuevas instalaciones eólicas.
En cualquier caso, no hay que cejar en el empeño. Queremos más industrias -quién no-, y sostenibles, por supuesto, pero sobre todo aquellas que mantengan intacta su capacidad para generar empleo, pese a la advertencia de Harari. Por cada gran industria que anuncia el cierre, desmantelamiento o traslado de la provincia -y tenemos algunos casos demasiado recientes este mismo año-, persiste igualmente el ejemplo de administraciones y particulares a la hora de insistir en Cádiz como el lugar idóneo para desarrollar nuevos proyectos.
Ahí está el modelo de Zona Franca a la hora de apostar por la economía azul y de rentabilizar sus suelos adaptándolos a las necesidades de las propias empresas para que puedan instalarse en sus recintos fiscales; o los ayuntamientos, con el apoyo de la Diputación, habilitando los suyos propios con idéntico fin, e incluso con iniciativas propias que aspiran a acogerse -esperemos que no haya muchas decepciones- a los fondos Next Generation, como la presentada esta semana en Jerez para convertir el Circuito en un Centro de Investigación, Desarrollo e Innovación del Motor en el que las escuderías desarrollen sus avances tecnológicos y en el que se pueda producir desde hidrógeno hasta biomasa, e incluso contar con una planta de reciclaje propia.
No obstante, nos queda la sensación de que solo somos noticia cuando le “metemos fuego a Cádiz” o cuando sacan a pasear nuestra tasa de desempleo; a lo sumo, en verano, cuando los telediarios se asoman a La Barrosa o Los Caños -hemos puesto fin al monopolio de La Malvarrosa-. Definitivamente, solo nos identifican como destino, como industria turística. Nuestra otra gran industria. E imprescindible, pero no la única.