Cada vez que se publica una encuesta, los portavoces de los partidos políticos sacan a pasear una ristra de frases hechas que sirven para cualquier sondeo, sobre todo si les son desfavorables. Una de las más recurrentes es que solo son la “foto fija” de un momento concreto que coincide con la opinión de los encuestados el día en el que les preguntaron por esto y aquello, como si al día siguiente les tocara levantarse con otras opiniones diferentes en homenaje a Marx -Groucho, por supuesto-.
Esta semana, precisamente, hemos publicado un nuevo sondeo electoral sobre Andalucía con motivo del 28F y de cara a un año en el que los andaluces nos veremos más tarde que pronto convocados a las urnas -en nueve meses máximo-. Y, vale, aceptamos “foto fija” como animal de compañía, pero si comparamos el resultado de esta encuesta con la de mayo del año pasado podremos concluir que esa “foto fija” se ha mantenido en el tiempo y retrata a un PP al borde de la mayoría absoluta. En realidad dice mucho más; como que esa mayoría absoluta se le resiste y le empuja a afrontar un escenario en el que puede haber tocado techo y condicionar su futuro a una alianza que detesta, pero ése es un problema menor frente al de una oposición que ha sido incapaz de ganarle terreno y, en el caso de la izquierda, de sumar, tanto por el proceso de renovación interno abierto en el PSOE como por la fragmentación del voto a causa de la ruptura entre Adelante Andalucía y Unidas Podemos.
Es evidente que la opción principal -y viable- del PSOE pasa por crecer, ya que el resultado de la encuesta es inferior incluso al obtenido en las urnas en 2018, y el grado de conocimiento de su candidato, Juan Espadas, irá en aumento a medida que pasen los próximos meses, pero ni siquiera la intensa campaña promovida en defensa de la sanidad pública, ni las quejas palpables de los usuarios, han servido para agrietar los pilares del gobierno andaluz, con lo que la travesía de regreso al palacio de San Telmo será o serón, pero de momento han tenido que optar por el camino más largo a la espera de algún atajo sobrevenido.
El PP, no lo ha ocultado, aspira como mínimo a poder reeditar su coalición con Ciudadanos, pero el partido de Juan Marín tiene complicado mantener su trascendencia, mermado por la pérdida de prestigio de su marca a nivel nacional y por la dificultad de rentabilizar los méritos de la gestión compartida con los populares, más allá de que el propio Marín es el segundo líder andaluz mejor valorado, lo que otorga mérito a una causa que ahora mismo parece condenada al “fue bonito mientras duró”, sobre todo por su situación de debilidad frente al auge de Vox, aunque ya sabemos que el sanluqueño es de los que pelean el partido hasta el pitido final.
La formación de Abascal, por su parte, mide en este momento si existe un “efecto Olona” como tal, ya que, por ahora, el único efecto que sigue presente y ayuda a entender el respaldo electoral es el de su propio discurso, por encima de cualquier liderazgo local o regional. Para Vox, detenerse a leer las puntuaciones está sobrevalorado: siempre obtienen las más bajas, pero no dejan de crecer. Les vale con vender el mensaje, aunque sea a base de memes, para mantener atenta a la legión de seguidores. Que los demás piensen “cómo puede haber tanta gente equivocada” tampoco parece que debilite sus opciones.
Y puede que a Vox le traiga al pairo lo que opine la gente de sus candidatos, pero les puedo asegurar que no es el caso del PP, y que no es el caso de Juanma Moreno, que habrá celebrado obtener más de un 6, porque eso significa situarte por encima del valor de la propia marca del partido en uno de los momentos más críticos de su historia reciente y en pleno descenso en el resto de encuestas nacionales. De hecho, se trata de una crisis liberadora para Moreno, que ha soltado definitivamente amarras con el adiós de Casado y García Egea para establecer su propia agenda y, como en el poema de William Ernest Henley, proclamar, definitivamente, “soy el amo de mi destino”,... siempre que no lo provoque.