La calle es la mejor escuela de observación y aprendizaje, es la universidad con más contenidos y profesores, lugares en los que investigar. Y si hay personajes que necesitan hacer el master y el doctorado de su actividad en esa ágora, son los políticos.
Hay quienes sin embargo viven en la calle por que no tienen un techo bajo el que habitar, y para los que resulta muy difícil, conseguir un lugar publico donde dormir, una manta con la que abrigarse, asistir a un comedor social en el que comer y no ser victima del hambre.
Procurar estar limpio o mantenerse activo intelectualmente, es una odisea para continuar seguir siendo tan digno como cualquier otra persona, sin caer en la indigencia y mantener la autosuficiencia. Como vemos la pobreza también nos enseña la peor cara de la calle y de lograr encontrar oportunidades para sobrevivir.
Hoy en día por la calle hay que ir con mucho cuidado, porque entre abducciones propias pegados al móvil y agresiones externas en un mundo lleno de energúmenos que creen que se encuentran en un circuito de velocidad, hasta quienes no guardan ningún respeto al espacio de los demás , la calle se nos vuelve peligrosa.
Es también un espacio de libertad para reivindicar nuestras demandas en el marco de los derechos , en el que no podemos dar ni un paso atrás, y en la que hacemos oír nuestras voces y apagamos los ruidos que intentan polarizar la sociedad y desestabilizar las instituciones Aunque, a veces, vemos cosas tan extrañas como animando a los ciudadanos a salir a la calle, sin un proyecto que reivindicar.
Cuantas y cuantas veces hemos mandado a la calle a quienes no nos satisfacen o hemos descubierto en la misma a verdaderos genios, de la pintura, el arte dramático o la música, o a personajes estrafalarios que nos presenta el escaparate de la vida y el gran teatro del mundo.
Es un escenario en el que se expresan con toda crudeza emociones y sentimientos como el amor o el odio, en el que vemos como se desenvuelve la gente en sociedad, los que están integrados y aquellos que se sienten excluidos, los que son conversos de la última causa que conocen.
También conocemos a los que no se apean jamás de la palabra YO y en su egolatría invisibilizan a los otros e ignoran el NOSOTROS, los que dicen ser buenos pero se comportan como los malos, los que son malajes a todas horas o no solo no consumen un euro, por su tacañería sino que no gastan ni a empujones.
Lugar de fiestas y celebraciones, de todos los tachines y tachanes del mundo, de los titiriteros, donde se exhiben las modas, pasean las musas y vemos los buenos y los malos modales, donde escuchamos los discursos políticos en los mítines, cuando llegan las campañas electorales.
El ágora , es un lugar de encuentro, abierto, sin trincheras ni arbitrariedades, sin alérgicos que tengan fobia a relacionarse con los demás, ni eruditos y sabelotodos de tres al cuarto, que no admitan la polémica y solo impartan doctrina por el dogma, y cuya lema es “llevo razón si o si”.
Nuestras calles, en época que nos ha tocado vivir están llenas de colas, para ir a cualquier administración, para sacar dinero de los cajeros, para sacar entradas, para entrar en cualquier lugar cerrado, para formar parte de las estadísticas y sacar después las conclusiones necesarias.
Me gustaría terminar con una reflexión de Miguel de Cervantes “por la calle del ya voy se va a la casa del nunca”.