Se cumplen este invierno doscientos veinte años del nacimiento de Elizabeth Barrett Browning.Considerada hoy día como una de las poetisas más significativas de la etapa victoriana, su vida estuvo signada por su compromiso con la abolición de la esclavitud y los derechos de los niños. De salud quebradiza, tuvo que soportar el orden y rigor paternos -tan propios de la época-. En 1845, y tras una intensa correspondencia con el escritor Robert Browning (572 cartas en año y medio), decidió fugarse con él a Florencia. Desde entonces, la autora británica, disfrutará de una “solemne felicidad” y de la posibilidad de agrandar su espacio y tiempo literarios hasta su fallecimiento en la localidad italiana en 1861.
Ahora, con la publicación de “Doce sonetos de la portuguesa (SonnetsfromthePortuguese)” (Balduque. Colección Caminante. Cartagena. Diciembre, 2022) se brinda la oportunidad de aproximarse al delicado y sugerente quehacer de Elizabeth BarrettBrowning.
En 1844, vio la luz su volumen “Poemas”, que fue acogido con sumo interés, sobre todo por el propio Robert Browning, quien quedase deslumbrado por la sabiduría y esencia líricas de su futura esposa.
Escritos entre 1844 y 1846 y editados en 1850, los cuarenta y cuatro sonetos de la portuguesa que integran el conjunto, fueron fruto del primer año de relación de la pareja y de la inspiración que desbordó a la autora. Esta docena que me ocupa, llegan en una excelente versión de Alberto Chessa, quien ha vertido al castellano estos textos con rítmica sobriedad.
Escribió dos siglos atrás el crítico italo-suizo Piero Rust, que “la poesía debe ser traducida por poetas”. De acuerdo, o no, con tal afirmación, lo que sí es palpable en esta edición es el esmero y el esfuerzo del citado traductor en dotar a los sonetos de una cadencia y una tonalidad propias de métrica española. -Gratísima música, pues, para los oídos de quien se acerque hasta estas composiciones-.
En la “Nota del recreador”, anota Alberto Chessa que el título del libro “reviste una deliberada ambigüedad (…) El pudor la indujo a la impostura de presentar los sonetos como traducidos del portugués. Si bien la elección de este idioma no tuvo nada de gratuita: su adorado marido Robert, entusiasta del poema de Elizabeth `Catalina a Camoens´, se dirigía a ella como mylittlePortuguese”.
Entre estas páginas, se alza un hermoso cántico amatorio, un himno enamorado y cómplice, donde cabe el deseo, la púrpura, el calor o el beso: ”…No me ames por piedad,/ esa que enjuga siempre mis mejillas:/ Bien podría olvidarme de llorar/ ¡y así perder tu bálsamo y tu amor!/ Ámame porque sí, para que siempre/ sigas amando, amando eternamente”.
El yo líricoque batalla frente al volcán de su identidad, se alinea, a su vez,junto al poder de la palabra. Y al par de lo vivido, traza la aspiración de cuánto resta por acontecer, de cuanto queda por bordar en el mapa del alma, en la certidumbre de la dicha: “Pero tú ámame, ¿quieres? Ábreme el corazón/ de par en par y prende mis alas de paloma”.