La vigésimo séptima edición del Festival de Jerez ha traspasado el ecuador de su amplio programa de actividades que tiene al baile y la danza flamenca como principal reclamo. No por ello el cante está desplazado por completo, se han podido disfrutar de conciertos de un altísimo nivel como el ofrecido por Tomasa La Macanita, la gran triunfadora del ciclo celebrado en las bodegas Los Apóstoles de González Byass. Otras voces de referencia como Vicente Soto, Esperanza Fernández o Tomás de Perrate también han dejado una gran impresión, tal como han hecho Pepe de Pura y El Londro. Otro de los placeres sensoriales que nos ha regalado la primera semana del Festival ha sido la guitarra de Gerardo Núñez, y su compañía, que nos recuerda lo mejor de la música en tiempos de autotune.
Un importante ciclo que ha continuado con vigencia este año es el De Peña en Peña, con unas jornadas reducidas por cuestiones de financiación como reconoció la dirección del Festival, por aquello de recuperarse poco a poco de la crisis pandémica. Ambiente de verdadero lujo, con la mezcla total de gente de aquí y de allá, de todas las nacionalidades, razas, edades y sexos.
Las peñas son las que dan lo más auténtico y eso se valora sobremanera. Distintas generaciones de arte se han subido a los cinco escenarios previstos: la Bulería, con su grupo de La Nueva Saga; Chacón, con Abraham El Zambo, Buena Gente, con Manuel Jero y su Triana, Los Cernícalos, con Luis Moneo y familia, o Tío José de Paula, con Irene Olivares acompañada por el buen cante de EL Tolo y Eva del Cristo. Entrada gratuita, un guiso de gastronomía de la zona y una copa de vino. Llenos al 100%.
En el Teatro Villamarta han estado las grades las compañías de danza, desde el Ballet Nacional hasta Eduardo Guerrero, pasando por Gema Moneo, Olga Pericet, Marco Flores, Paula Comitre y las maestras Rafaela Carrasco, Eva Yerbabuena y María Pagés. Hasta ahora, lo más destacado ha sido el montaje ofrecido por Eduardo Guerrero, pues pudo expresar en algunos instantes de su espectáculo lo mejor de sí, que es mucho y, sobre todo, muy emocionante. Lucía La Piñona ha dejado una sensación de frescura que necesitábamos. Eva Yerbabuena, otra de las que han salido por la puerta grande.
Hay que tener en cuenta que numerosos estrenos se han dado en otros espacios como los Museos de la Atalaya, por ello hay que pararse sobre todo en dos de ellos. Por un lado, y de forma muy especial, grandísimo éxito cosechado por Soraya Clavijo con Odisea, una apuesta por el baile más humano, el más auténtico, ese que marcan los sentimientos de una bailaora inconmensurable y flamenca, dejando muchas de las chorradas que hoy se estilan a un lado. Con la compañía, entre otros, de José Méndez y Angelita Montoya, la jerezana constató su gran estado en técnica y práctica, posicionándose como una de las primeras figuras de su tierra en la actualidad.
Águeda Saavedra merece este espacio por haber expresado un crecimiento considerable en su estreno en solitario en este Festival. Estrenó Venero, con la dirección de Mercedes de Córdoba. Estamos ante un talento sin límites, una bailaora con mensaje y que gusta en el escenario. No nos aventuramos si decimos que, de seguir así, Águeda crecerá hasta ocupar otros territorios de mayor envergadura como el propio Villamarta.
El ambiente sí que es el del rencuentro, en los bares de la zona, en el Tabanco El Pasaje o en La Reja, donde cada noche, después de la función, los aficionados y artistas se unen en una fiesta improvisada y que para no pocos suponen más disfrute que lo que acaban de presenciar desde una butaca.