La humanidad ha sufrido una pandemia con el COVID-19, pero tal vez la gran epidemia del siglo XXI son los bulos, que basan su fundamento en la mentira y su poder en la difusión. Siempre ha habido trolas para todos los gustos y ocasiones.
Quizás la gran diferencia con los camelos que la historia nos ha regalado, necesitaban más tiempo para crecer, multiplicarse, y por tanto las informaciones falsas han llenado las páginas de la historia pero se han consolidado a través de los siglos, mientras que ahora se conocen en el mundo de forma instantánea.
Hay engaños con ingenio, invenciones que todos nos las hemos tragado en algún momento y que han marcado nuestras vidas a través de los tiempos, los divulgadores de los mismos han sabido envolvérnosla en una atmósfera de credibilidad, mientras que hay otras que no han pasado a la posteridad ni actualmente pasan de un twuiter ni de un mensaje, ya que resultan burdas e infumables.
Ahora como todo lo cubrimos del manto de anglicismos para parecer más importantes y veraces, a estas informaciones falsas, las llamamos “fake news”, y nada se crea sin una finalidad concreta ni por casualidad sino que se hace con una intencionalidad concreta, y en la mayoría de las ocasiones y en espacio público no para magnificar las cualidades del otro sino con la finalidad destructiva de hacer daño.
La miseria humana llega a veces a límites inimaginables, y hay sujetos que piensan que la difamación de los demás les puede reportar algún beneficio, son tan pobres y mezquinos que solo les mueve el odio y son como un ventilador que esparcen en todas direcciones un aire pestilente y nauseabundo.
Estamos inmersos en un año electoral, y muchos personajes carentes de proyectos y argumentos, sacaran a pasear todo tipo de infundios, embustes y chismes, en los que en el escenario político una barbaridad sucederá a otra, sembrando la desestabilización y alimentando la desafectación hacia la política y los políticos.
Hay que tener cuidado de no pecar de ingenuidad y enfangarse en esos juegos maquiavélicos de los miserables, en la que terminamos formando parte de sus problemas y no de las soluciones que los ciudadanos y ciudadanas necesitan, viéndonos envueltos en una guerra de insultos y descalificaciones.
Hemos de tener cuidado con las patrañas y las martingalas, con pararnos a pensar si lo que vemos u oímos y en ocasiones compartimos con demasiada ligereza es veraz o no, o solo forma parte de ruido mediático y la desinformación.
Ante esta invasión de cuentos y paparruchas, y que ejercen una influencia nociva en nuestras relaciones a niveles locales e internacionales, hemos de tener mucho cuidado y agudizar nuestro sentido crítico, poniendo en tela de juicio muchas informaciones que nos llegan.
Sobre todo no es descabellado, sobre todo cuando se tiene alguna responsabilidad pública, recurrir a diferentes fuentes de información, y que sean fiables, que nos trasladen lo que ocurren con contraste y rigor, y no nos envuelvan en el océano de la confusión entre lo cierto y lo probable, la noticia y el rumor, y saber controlar nuestros automatismos, no difundiendo incontroladamente textos y datos, más guiados por los impulsos que basados en la reflexión.