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La escritura perpetua

La Corona

El Borbón borbonea, escribió el tres mil veces citado Francisco Umbral, pero Don Juan Carlos se excedió en lo de borbonear

Publicado: 08/11/2023 ·
09:54
· Actualizado: 08/11/2023 · 09:54
  • Juan Carlos I. -
Autor

Luis Eduardo Siles

Luis Eduardo Siles es periodista y escritor. Exdirector de informativos de Cadena Ser en Huelva y Odiel Información. Autor de 4 libros.

La escritura perpetua

Es un homenaje a la pasión por escribir. A través de temas culturales, cada artículo trata de formular una lectura de la vida y la política

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El Borbón borbonea, escribió el tres mil veces citado Francisco Umbral, pero Don Juan Carlos se excedió en lo de borbonear entre las cacerías en Botsuana y el romance con aquella inquietante mujer rubia, y el Emérito vive en su vejez una pesadilla como la que sacudió su infancia, pues sufre un exilio interior (alejado de su familia) y exterior (habita en Emiratos Árabes Unidos). Juan Carlos I no asistió en Las Cortes (se lo desaconsejó la propia Casa Real para otorgar todo el protagonismo del acto a la Princesa Leonor) a la jura de la Constitución de su nieta. Desde algunas izquierdas han dicho, en ese tono mojigato con el que se expresan cuando se ponen solemnes, que la actual Monarquía española nació “con el pecado original” de que la restauró Franco. Utilizan una expresión (pecado original) recogida de la tradición católica española, de la que abominan, e ignoran que el César Visionario nunca se refirió a “restaurar la Corona” sino a “instaurarla”.  Porque el dictador buscaba una monarquía franquista, no una monarquía parlamentaria. Esa izquierda ignora también que Franco detestaba profundamente a Don Juan. Según algunos escritores progresistas, ir a Estoril a ver a Don Juan era tan subversivo como ir a ver a Alberti.

Don Juan Carlos sujetó al Ejército (al que ahora tratan de encender desde algunos siniestros sectores de la derechona) porque el Emérito rápidamente comprendió que el absolutismo franquista había muerto con Franco y la única manera de proyectar la Monarquía al futuro, su objetivo obsesivo, era en una España democrática. Pero llegó un momento en el que Juan Carlos I se preguntó, como ha contado Paul Preston, su biógrafo, cuyos libros se reeditan ahora en una colección de ‘El País’: “¿Qué hay para mí?”. Y su vida se desordenó. Don Juan Carlos, cuyo legado político se valora en Europa, ha dejado una herencia tóxica inmediata (se diluirá con el paso del tiempo) que actualmente gangrena a España: una crisis de autoestima. Porque la autoestima del país (tan sólida cuando los eventos del 92) está aplastada como si sobre España se hubiera derrumbado aquel elefante tiroteado en Botsuana. Pero Don Juan Carlos no debe morir en el extranjero, sino durante un apacible amanecer lleno de niebla en España. La Princesa Leonor pidió confianza en el Congreso. Y hay que aferrarse a lo que representa esta joven, porque es una luz en la ardiente oscuridad del país, que vive pendiente de prófugos y rufianes y se hunde poco a poco en la melancolía.

    

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