Fue hace pocos días. En torno a la hora de comer. Subía por la escalera mecánica de la sevillana estación de metro Puerta de Jerez. Yo, pegado a la derecha. Por delante, a escasos metros, una pareja de sexagenarios, charlando en paralelo y ocupando todo el ancho del elevador sin saber la que se les venía encima. Una joven integrante de la Generación Z, pizpireta, apresurada y calzando deportivas, subía rauda y veloz hasta que encontró el tapón humano. Dejarme pasar, dijo en tono enérgico. ¿Cómo?, respondió el varón baby boomer. Si quieres ir más deprisa, sube por la otra escalera, le espetó. Sin pausa pero con prisa, la adolescente arrambló con todo lo que encontró a su paso y siguió su trayectoria ascendente haciendo caso omiso a las indicaciones seniles. Y, claro, se lió (parda diría ella) pero bien liada. Aquello fue pura poesía. El nivel de los insultos transcurrió en paralelo a la zancada de la zagala y el individuo tras sus pasos. De toda aquella antología de la injuria me quedo con ¡tus muertos!, que repetía una y otra vez la muchacha para dar debida réplica a lo que los allí presentes pudimos escuchar. El nivel de la pugna verbal fue tal que hasta un viandante, que caminaba ajeno a lo ocurrido, trató de detener a la joven pensando que era protagonista de un hurto. Nada de eso. Fue simple y llanamente el resultado del desconocimiento de la pareja que (supongo), al no estar acostumbrada, ocupó la vía de la izquierda por la que habitualmente se avanza con agilidad para entrar y salir de cualquier estación de metro del mundo, y las malas maneras, poco respeto y nula educación de la imparable joven.
Todos lo que estábamos alrededor del improperio callamos, salvo quien creyó que se había producido un robo. Poco a poco nos vamos acostumbrando a estos episodios de hostilidad callejera que generan ansiedad en buena parte de los vecinos de unas ciudades, las andaluzas, que, por definición, son amables. Imagino que la joven protagonista de este disparatado suceso tendría un mal día, iría con prisa y no entendía que se pudiera obstaculizar una zona por la que transcurre habitualmente. Sospecho que la pareja, un tradicional matrimonio si aún quedan matrimonios tradicionales, subía con la tranquilidad que da otra perspectiva de la vida. Pero aquello se quebró y ¿por qué? Pues, por una gilipollez.