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Creyendo y creando

La bicicleta

Traigo el relato de una nueva realidad que nos atraviesa de norte a sur, de este a oeste, de pies a cabeza, de jóvenes a viejos

  • Bicicleta. -

Amigo y dueño:

Traigo el relato de una nueva realidad que nos atraviesa de norte a sur, de este a oeste, de pies a cabeza, de jóvenes a viejos. Acabados los días azules del verano y llamando a la puerta la amarillenta hojarasca del otoño, al intuir el nostálgico canto de los gorriones y la emigración del forastero, me he acordado de aquellas realidades que, si ayer eran irremplazables, hoy yacen moribundas. Así nace esta breve reflexión en la que quiero homenajear, más que a un objeto, a un símbolo de conquista, la bandera que coronaba la edad soñada, la rúbrica que significaba empezar a volar. Escribo de las bicicletas.

Su nombre estaba ligado a nuestras vidas desde la realización de la primera comunión. De los regalos que escoltaban el sacramento, este era el que quitaba el sueño. Su llegada significaba, de inmediato, el acceso a una nueva etapa vital: la de la aventura. Se consideraba la confirmación de estar preparado para conocer nuevas historias. La mano que hasta entonces sostenía los años de la inocencia aprobaba la apertura del horizonte y, con esto, la capacidad para explorar.

Todos las usamos en la infancia, y sabíamos que las bicicletas se movían en pandilla: no había otro vehículo comparable para ir, en verano, de una casa a otra. Quedábamos al comenzar la tarde, y todos llegábamos en nuestras bicis. En la puerta de la vivienda, todas ellas, las que fueran, indicaban nuestra presencia. En función de cómo era el grupo, así eran su tamaño y los accesorios de las mismas: el color, el cestillo, los ruedines… Todo era una descripción de quiénes éramos entonces.

Sin embargo, los tiempos han cambiado, y he podido contemplar este verano que ya no hay deseo de bicicleta en los niños, ni en las niñas, ni en reyes, ni en mayo, ni en los cumpleaños. Tristemente, tampoco las encontré en las tómbolas de feria, ni en los sorteos de las carreras populares, ni en ningún lugar donde eran el aliciente que más conmovía y que generaba la envidia. Ya no se ven apenas porque ya no se encuentran entre los objetos con que los críos quieren confirmar su crecimiento. Y mientras la bicicleta quedaba relegada, y sus pulmones se paralizaban mientras se desinflaban sus ruedas olvidadas, el vacío era suplido, de manera incuestionable, por medios como el patinete eléctrico. Ay, qué pena me da pensar que ya mismo tampoco sabremos lo que significaba aquello de “eso es como montar en bicicleta, que nunca se olvida”.


 

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