Las leyes españolas reconocen y respaldan el derecho de huelga, pero no amparan las huelgas de celo como la que nos ocupa y pagamos los miles de pasajeros de Iberia –alrededor de 700.000– que en las últimas cuatro semanas han soportado retrasos o cancelaciones de vuelos y diversas situaciones anómalas que acarrean pérdida de tiempo o tuercen planes de vacaciones o negocios. La Iberia informa que los pilotos (parapetados tras las siglas del Sepla), están presionando para que la compañía amplíe la plantilla. Una exigencia que Iberia rechaza aduciendo las restricciones que apareja la crisis económica mundial.
También se habla de presiones para incrementar el sueldo de los pilotos, extremo éste –y el de que estén en huelga de celo– que, por cierto, niegan desde el mencionado sindicato. Sea lo que sea, lo que no es de recibo es que sean –seamos– los viajeros quienes estén pagando las consecuencias de esta situación anómala. Tengo para mí que Iberia debería reconocer el conflicto, los pilotos plantear abiertamente sus reclamaciones –exponiéndose a las eventuales críticas de la opinión pública– y resolver el problema.
Cuanto antes, mejor. Lo que no tiene un pase es tomar como rehenes a los pasajeros forzando retrasos una vez que están embarcados o demorando la partida de las aeronaves sin la menor consideración hacia quienes cada vez que compramos un billete de avión para volar con Iberia les estamos pagando el sueldo a los pilotos y a los directivos de la compañía. A ver si es verdad aquello de que en los tratos comerciales, quien paga manda y el cliente siempre tiene la razón.