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Torremolinos

Sudán del Sur

Los países demócratas deben ayudar a alcanzar esa liberación y dar ejemplo con sus acciones ante otras culturas más cerradas.

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Pienso que la realización de un pueblo descansa en la dignidad de sus moradores y en la independencia que tengan sus ciudadanos. Sudán del Sur puede celebrar y felicitarse por haber conseguido la ansiada libertad que todos los poblados buscan. Sabemos que algunos lugares están en vías de conseguirlo, como este país ubicado en el centro de África, y que otros luchan por lograrlo. El mundo civilizado, los países demócratas, deben ayudar a alcanzar esa liberación y dar ejemplo con sus acciones ante otras culturas más cerradas. Desde luego, los valores humanos son universales y han de ser universalizadores, para que la dignificación llegue a todas las personas. Es la primera ley de vida y convivencia. Resulta patológico el odio de unos pueblos contra otros. Los derechos humanos -incluida la libertad de ser lo que uno quiera ser- o son globales o pierden totalmente su razón de ser. Por eso me permito incidir, bajo el buen referente de la estela gozosa de Sudán del Sur, que el verdadero test para comprobar si la democracia es real en las mil revoluciones en marcha, va a depender mucho del grado de respeto a la autonomía ciudadana. Sin duda, los pueblos tienen que quererse a sí mismos y abrirse a la aspiración de otras razas y costumbres. Precisamente, la comprensión surge de ese acercamiento humano y de esa humanidad que se respeta por sí misma, que es respetable y respetada.

Ciertamente, el mundo no puede quedarse sólo en la celebrada independencia de Sudán del Sur, tierra de negros con corazón blanco, hace falta estar atentos a los primeros pasos y, seguramente, prestar una asistencia continuada a un país muy castigado, que le va a costar volar, por si mismo, de hoy para mañana. Nadie me negará lo verídico. De entrada, siempre necesitamos unos de otros y, máxime, cuando se tienen que afrontar enormes desafíos desde la pobreza y la exclusión, no en vano sus gentes han estado dedicadas a una economía de subsistencia. Inciviles y persistentes guerras golpearon duramente el corazón de estos ciudadanos, que ahora están orgullosos de ser una nueva nación, y que pese a su miseria cuentan con importantes recursos minerales, especialmente petróleo. De todo se sale, pero se sale antes con ayuda. Por consiguiente, la comunidad internacional deberá estar alerta y prestar todo su apoyo a un país que nace, y como todo lo que nace, precisa de cuidados. Habrá que volcarse en que los ingresos se utilicen para la formación, para el desarrollo de la agricultura y la infraestructura. Por otra parte, la seguridad política va a ser fundamental para conquistar su propia identidad en el planeta. En consecuencia, es una buena noticia que el Consejo de Seguridad de la ONU haya aprobado el establecimiento de una misión asistencial.

El sur de Sudán es hoy una nación esperanzada, donde hay que consolidar la paz y trabajar mucho para el desarrollo del nuevo Estado, una república democrática, que se define como una entidad multiétnica, multicultural, multilingüe, multirreligiosa y multirracial. Pero "un Sudán del Sur viable requiere de un Sudán del Norte viable y viceversa", dijo el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon. Sin unión y unidad es difícil avanzar. El Norte y el Sur, el Este y el Oeste, siempre van estar llamados a entenderse, no a rivalizar. Lo mismo sucede con el norte y el sur de Sudán, han de asociarse y conservar la buena vecindad. Un sano diálogo no entiende de tensiones. Independencia siempre, aislamiento jamás, por muy fuerte que uno se sienta. Ha llegado el momento de que la humanidad pierda el miedo, y dé el todo por el todo en las negociaciones, a la hora de pedir más democracia, más libertad y más dignidad para los pueblos del planeta.

Los analistas que han pateado la nueva nación, nos dicen que hoy el sur de Sudán es un país con infinidad de carencias: su sistema económico debe reconstruirse, la sanidad y la educación ha de organizarse, y junto a estas insuficiencias, hay que añadir unas infraestructuras nulas para el desarrollo. También el recurso del petróleo -que representa el 98% del balance estatal- tiene que hacer cuentas ante la falta de oleoductos y de refinerías. Ante esta realidad, cabe decir que Sudán del Sur es hoy más del mundo, pero también más de todos, cuestión que ha de servirnos para desarrollar actitudes solidarias. Los tiempos actuales nos exigen un dinamismo colectivo de generosidad para ayudar a encontrar soluciones, puesto que los problemas cada día son más globales como es propio de una sociedad globalizada.

Evidentemente, Sudán del Sur como cualquier otro pueblo, tiene el derecho de libre determinación. La independencia no puede ser privilegio del más fuerte. Consentir, pues, la sujeción de pueblos a una subyugación, dominación y explotación extranjeras constituye una denegación de los derechos humanos fundamentales, aparte de que es contraria a la Carta de las Naciones Unidas, compromete la causa de la paz y de las cooperaciones mundiales. Esto debiera comprometernos a tomar conciencia de que no debe verse a África únicamente como un continente que siempre depende de la ayuda y del apoyo internacional. En todo caso, los pueblos que se dicen demócratas y las instituciones internacionales tienen la obligación de intervenir de manera pacífica y de hacer ver a la ciudadanía lo necesario que es otorgar a cada pueblo la dignidad y el respeto que merece. Cuando no se impone el estado de derecho, difícilmente se puede proteger derecho humano alguno, y mucho menos hacer que prevalezcan los principios básicos de la democracia.

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