Aunque su temática mitológica recuerde más a la decepcionante Furia de Titanes que a la sangrienta aventura de Leónidas y sus fieles, el "de los productores de 300" con el que se vende la película nos lleva a compararla con la de Zack Snyder. Y no sale muy bien parada.
En este caso nos encontramos con un batiburrillo mitológico en el que el hilo conductor es Teseo, al que da vida el que será el nuevo Superman. Poner en tela de juicio las dotes interpretativas de Henry Cavill por este trabajo sería algo injusto. Nos esperaremos a comprobar lo que hace metido en la piel de Clark Kent. Lo que sí deja claro es que cuerpo de superhombre... le sobra.
Su némesis es Hiperión, el sanguinario rey de la máscara dorada al que da vida el crepuscular Mickey Rourke. El monarca pretende dominar el mundo desatando la furia de los Titanes dormidos durante siglos para enfrentarse con ellos a los dioses del Olimpo. Para lograrlo necesita encontrar el legendario Arco de Epiro, y en su búsqueda su letal y despiadado ejército va arrasando todo lo que encuentra a su paso.
Nadie opone resistencia. Nadie... salvo el humilde campesino Teseo que tras ver como los hombres de Hiperión saquean su aldea y asesinan a su querida madre se enfrentará al despótico poder del rey. No se trata de un campesino más, ya que el destino de Teseo no es otro que impedir el fin de la humanidad.
Los dioses siempre han tenido para él sus propios planes. Y ojo, que también tienen su propio sentido de la moda. Y es que el estética de los dioses -y la del propio Hiperión Rourke- carece de ningún tipo de complejos.
Particularmente rocambolesco es el estilismo de Kellan Lutz, que encarna a Poseidón. Si no fuera por su tridente y su trabajado torso podríamos confundirle con la Princesa Leia... ¡Ah! No. Disculpen. Son rudas y varoniles conchas no ensaimadas lo que lleva en la cabeza. En fin, continuemos.
En su lucha contra Hiperión, a Teseo le acompañarán el valeroso ladrón Stavros (Stephen Dorff) y Freda (Freida Pinto), una joven oráculo con la que el protagonista compartirá visiones y algunas otras intimidades. A la agraciada protagonista de Slumdog Millionaire debemos algunos de los planos más bellos de este trance, y no precisamente cuando entra en ídem.
Estos son los principales protagonistas de la cinta que dirige Tarsem Singh. El cineasta indio, que ya perpetró La celda, vuelve a gustarse con esta bacanal visual empachada de preciosismo y violencia de desiguales resultados. Él sostiene la importancia de la imagen frente a otros aspectos. No hace falta que lo jure.
En Immortals los aspectos técnicos son en muchos pasajes notables, pero en los tramos que nos llevan desde una espectacular lucha hasta a otra -en cuanto los personajes cruzan más de tres frases seguidas sin que la sangre salpique a borbotones las gafas tridimensionales- no puedes evitar sentir una aguda sensación de vacío.
Una sensación muy parecida a la que sentiría un niño si el gran paquete fastuosamente envuelto en papel brillante que ve a los pies del árbol de Navidad fuera una caja vacía. Immortals, un regalito de navidad solo apto para los amantes de las sangrientas y muy coreografíadas luchas sin cuartel... y sin complejos.