Unas horas más tarde, me decía Sandra entre sollozos arrepentida y avergonzada de ello, que si yo hubiera estado sentada a su lado puede que le hubiera ayudado a reprimir esos gritos. Pero por supuesto que no, yo no le hubiera reprimido nada. Hasta ahí podríamos llegar. Seguramente hubiera gritado con ella. ¿O no piensa usted lo mismo que yo? No me diga que no se le arrebataría el ánimo y las fuerzas al mirar la cara del que te ha arrancado lo que más amas. Yo hubiera gritado, usted hubiera gritado, Sevilla entera hubiera gritado a este sistema que permite que familias inocentes no encuentren consuelo en un código penal apuntalado y con expediente de ruina. Cómo no gritar si es lo único que te queda cuando ves que por la puerta del juzgado se escapan todas tus esperanzas de justicia.
Decía Montesquieu que una cosa no es justa por el hecho de ser ley, debe ser ley porque es justa.
Acatar las leyes hasta el pulcritud, por supuesto que sí. Pero si las leyes no reflejan las necesidades de una sociedad, es bien fácil. Cámbienlas para que una madre no tenga que conformarse con gritarle a un asesino.