Al margen de la repugnancia que promueve cualquier acción de ETA, convendría hacer algunas reflexiones sobre este nuevo atentado: en primer lugar, ETA tuvo capacidad de reacción frente al duro golpe contra un comando que no ha tenido tiempo de estrenarse. Otros miembros del aparato de matar de ETA robaron un coche en Guipúzcoa y doce horas después colocaron e hicieron explotar el vehículo con suficiente carga como para haber promovido una masacre. Conviene tomar nota de que a pesar de la constancia que existe sobre la debilidad de la organización terrorista y las dificultades que encuentra para captar nuevos asesinos, todavía pueden golpear duro.
En segundo lugar, intentar una matanza de estudiantes es un acto desesperado de ETA que tiene antecedentes siendo el más directo, sin duda, la matanza que provocó ETA en un gran almacén de Barcelona el 19 de junio de 1987. Hoy como entonces, ETA, con estas salvajadas, busca el desistimiento de la sociedad frente a la barbarie con la ensoñación de crear las condiciones para un nuevo proceso negociador.
En tercer lugar y en línea con lo anteriormente expuesto, este atentado es un síntoma de debilidad y desesperación en el que han movido activistas que han arriesgado mucho en su desplazamiento de Guipúzcoa a Pamplona. ETA necesita un golpe de efecto para demostrar, fundamentalmente a los suyos, que sigue viva y que no da la batalla por perdida.
La respuesta democrática debe ser desde la serenidad y con la misma contundencia que si los asesinos hubieran logrado su propósito: confianza en las fuerzas de seguridad, exigencia a los partidos políticos de unidad y reafirmación de que otro proceso negociador es absolutamente imposible, manifestado con tenacidad para que los terroristas lleguen al convencimiento de que ningún gobierno democrático de España, una vez que han agotado tres intentos generosos de hacerlo, volverá a sentarse a negociar con estos asesinos.