A pesar de ser una persona extremadamente positiva, Alberto Matilla no puede más que rendirse a la evidencia y aceptar que el alcohol está aprovechando la dureza de la crisis para echar raíces en la soledad de las personas y en el complejo mundo de la psique humana. Mientras tanto, la asociación sigue luchando con todo el viento en contra para seguir dando vida a la llama de la esperanza que muchas personas creen apagada.
—¿A cuántos enfermeros atienden?
—No me gusta hablar de cantidades, porque es una cosa que le gusta a los políticos, y en parte lo entiendo, porque de eso depende la inversión y los programas que hagan. Este año se ha producido un incremento importante en el número de personas atendidas por ARCA, y es una tendencia que venimos observando en los últimos años, que se debe fundamentalmente a que ha bajado la calidad de vida de los ciudadanos. Curiosamente, cada vez tratamos a más gente trabajadora, ¿y eso por qué?, sencillamente por que ahora se tiene más conocimiento que hace 12 años. La gente que venía antes lo hacía en una fase muy aguda y en total exclusión social, mientras que ahora no se suele esperar a perderlo todo para buscar ayuda. Volviendo a los números, durante el primer semestre de este año hemos atendido a más de 700 personas. Para los casos que atendemos la verdad es que le salimos muy barato a la Administración.
—¿Cómo sostienen tanta demanda?
—Es de justicia decir que si este servicio se mantiene es porque Teófila Martínez apostó por él y se sostiene gracias a la ayuda que nos brinda el Ayuntamiento y la Diputación de Cádiz. De la Junta de Andalucía no recibimos nada desde hace dos años. Como presidente de ARCA no tengo ideología, pero estaré siempre al lado de las personas que sufren adicciones y sus familias, porque soy parte de ellos, y estaré en frente de los que ponen chinitas y montañas para que estas personas puedan salir adelante. Si hay algo que detesto es la arbitrariedad y el sectarismo, porque aquí no hay clases sociales, sólo personas con problemas y sueños rotos. El consumo de bebidas alcohólicas está publicitado, y es un derecho, pero es una droga, y está reconocido como tal, por tanto, es una contradicción importante. Si es una droga ¿por qué la estamos vendiendo y favoreciendo? La prohibición tampoco es la solución, porque a la vista está que somos uno de los países con más consumo de cocaína, a pesar de que está prohibida. Hay muchas contradicciones en esto de las adicciones.
—¿Qué es lo más difícil del proceso de desintoxicación y deshabituación?
—Lo más fácil es la desintoxicación, lo más difícil es deshabituar y, evidentemente, cada personas es un mundo y requiere para ello un tratamiento individualizado. Lo que sí es común en todos los casos es que tenemos que descubrir las causas que llevaron a la bebida, para que las víctimas sepan manejar esas emociones adversas en el futuro. Se trata de que la persona retome el control de su vida.
—¿Las mujeres se están equiparando a los hombres en el consumo de alcohol?
—La sociedad tiene una asignatura pendiente todavía en el respeto como ciudadanos hacia la mujer. La mujer alcohólica está peor vista que el hombre. Si es un padre que bebe, hablamos de un padre con problemas, pero si lo hace una madre, decimos que es una mala madre. Lamentablemente, la mujer va igualando al hombre en el consumo y no sabemos por qué. Nos hubiera gustado que la igualdad entre hombres y mujeres fuera en otras cosas. Creo que hay más mujeres bebedoras porque al liberalizarse la oferta se ha enganchado a esta parte de la población. La industria tiene a unos expertos en marketing que estudian colores, aromas y formas, y que se dedican a sacar productos muy orientados a cada sector de la población.
—¿Qué papel juega la autoestima en todo esto?
—No hay palabras mágicas. La autoestima es muy importante, pero también pueden influir el desarraigo, la soledad, el abandono o la sensación de fracaso. El tener una visión deteriorada de nosotros mismos hace que nos apartemos, que nos sintamos diferentes al resto, y al final acabamos bebiendo para poder creer que podemos estar a la altura de los demás. Vivimos en una sociedad muy exigente desde el punto de vista de la estética y la imagen personal. La sensación de fracaso en la pareja da mucho al alcohol. La mayoría de las personas que hemos sufrido esta adicción sienten de por vida un sentimiento de culpabilidad del que no consigues desprenderte.
—A la hora de afrontar un juicio, los abogados de las defensas utilizan mucho esta adicción para intentar rebajar las penas de sus clientes, ¿cree que se daña la imagen pública del alcohólico?
—Con respecto a la justicia, pocas veces se acepta el alcoholismo como atenuante, aunque sean muchos abogados los que lo intenten. Por mi propia experiencia te digo que el alcohol no saca de la persona nada que ésta no tenga. El alcohol potencia conductas, si eres bueno, con esta adicción eres más bueno, y te conviertes en un pringao; y si eres malo, te conviertes en una persona perversa. Esta sustancia saca lo peor del individuo, es la gasolina de un fuego. En cualquier caso, creo que antes de dictar sentencia, los jueces deben estudiar cada caso con un grupo de técnicos. No es lo mismo una persona que utiliza el alcohol para matar en repetidas ocasiones lo poquito que le pueda quedar de conciencia de cara a perpetuar un daño a otra persona, que otra que en un momento dado comete una torpeza puntual. Si la persona que es verdugo de por sí, encima es bebedora, se convierte en alguien demoníaco.
—¿Cree que se están tomando medidas contundentes para erradicar esta adicción?
—El alcoholismo es una epidemia y un problema muy complejo. En Europa mueren al año 55.000 jóvenes por causa directa del alcohol. Si la causa fuera otra se estarían tomando medidas más contundentes. No se puede solucionar este problema diciendo que los jóvenes no saben beber y pidiéndoles con consuman con moderación. Me parece el mayor acto de irresponsabilidad que hay. La droga no se puede consumir con responsabilidad, porque desde el primer momento maltrata a nuestro cuerpo. El riesgo a desarrollar la enfermedad está desde el principio. Por el momento no sabemos quién está genéticamente predispuesto a ello.
—Hasta que la persona no es consciente de su problema no se le puede ayudar, ¿qué pueden hacer las familias que estén en esta situación?
—La situación que más me angustia se produce cuando vienen las familias a pedirme ayuda en el sentido que me preguntas. No se puede actuar legalmente hasta que la persona cometa una infracción. En estos casos recomiendo a las familias que construyan situaciones que favorezcan esa reacción. Si los amparamos, les damos dinero y un hogar, es difícil que esa persona reaccione. Desgraciadamente, muchas veces la única manera de salir adelante es verse sin nada. Otras personas lo que necesitan es que se les integre, sentirse arropadas. Cada caso es un mundo.
—¿Este problema se da más en las personas sin estudios?
—Si eres pobre, trabajador y alcohólico, eres un alcohólico. Si eres profesional y tienes medios económicos, es que bebes demasiado o tienes una gran vida social. La terminología es muy clasista. En el Ejército y en la Policía hay muchos casos, y portan armas; también entre los políticos, y firman decretos; en cirujanos, y operan, etc., en todos lados, y en este centro los tenemos, lo que pasa que entre la clase alta o media-alta no se ve, porque por lo general prefieren ir a grandes clínicas especializadas. Una persona de clase media o media baja no ingresa en ningún centro sólo por alcoholismo, pero la gente con dinero sí. La costa está andaluza está llena de clínicas de este tipo que cuestan entre 100 y 3.000 euros al día. Hay tantos alcoholismos como personas alcohólicas. Una persona que bebe cuatro cervezas al día puede ser víctima de este problema. La cuestión está en si hay deterioro cognitivo, en si hay capacidad de controlarlo y en la importancia que tiene en tu quehacer diario. Si tu necesitas beber dos cervezas al día y las antepones a otras cosas más importantes, tienes un problema.
—¿Cuál es el protocolo que seguís una vez que el afectado pide ayuda?
—Primero se le hace una entrevista personal para conocer la situación. A partir de ahí hacemos una evaluación psicológica y tratamos que la persona se sienta comprendida y escuchada, para que vean esto como lo que es, una enfermedad. A continuación se le diseña un tratamiento y si está de acuerdo se inicia, y a partir de ahí, se le hace un seguimiento.
—¿Cuáles son las edades más predominantes?
—La media de años ha bajado. Antes estaba en torno a los 50 años y ahora estamos sobre los 40. No sólo es el desempleo, el estrés laboral y la precariedad en el empleo está afectando gravemente. Mucha gente se está partiendo el lomo por dos duros, y eso pasa factura, aunque a los empresarios parece que no les importe.
—¿Cómo os va en estas instalaciones?
—Nos ha ayudado bastante en nuestro quehacer diario. La verdad es que poco a poco hemos ido mejorando bastante. Mucha gente viene de tratarse en clínicas privadas que no les ha dado resultado y sin embargo aquí sí, y eso es por la dedicación y profesionalidad de todo mi equipo. Hay gente de fuera que ha seguido el tratamiento aquí durante las vacaciones y se ha quedado alucinada porque es un servicio gratuito, mientras que en el sitio donde viven esto mismo les cuesta 800 euros al mes. Tengo que agradecer el apoyo de los socios, de las administraciones que nos ayudan y de mi equipo. Sin tantas manos, no sería posible sostener el proyecto.
—¿Cómo consigue irse a su casa y desconectar de tantos problemas?
—Porque lo veo como una circunstancia temporal y pienso que van a salir. No lo veo como algo inamovible, aunque soy consciente de que se trata de una enfermedad crónica en la que se puede recaer. Lo vivo con esperanza. Cuando una persona viene aquí, para mí no está en el final de nada, está en el principio de todo. Es esperanzador si lo miras así.