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Arcos

Arcos, según el mundo

Desde septiembre pasado, Arcos cuenta con un nuevo vecino, un colombiano cuyo propósito es hacer un estudio sobre la ciudad y la provincia, fascinado en primer lugar por la rica historia y el carácter afable de los vecinos

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  • Eduardo Arboleda conoce desde Arcos toda la provincia de Cádiz. -

Arcos ha tenido y sigue teniendo una gran capacidad de acoger a nuevos ciudadanos del mundo que en más de un caso recalan en la ciudad buscando algo que trascienda al tópico de su belleza, aunque toparse con éste sea inevitable a medida que se va descubriendo cada rincón de este pueblo blanco.


Realizar un estudio sobre Arcos y la provincia es la perfecta justificación del antropólogo Eduardo Arboleda Ballén, formado en la Universidad de Estocolmo, en la considerada línea sociológica “americana”.


Nació en Colombia, aunque su juventud transcurrió de país en país debido al trabajo de su padre, personal de seguridad en la embajada "cuando no había geos". Sus viajes y estancias en España fueron frecuentes. Ha vivido en lugares como Nueva York, Londres o Madrid, “donde todo el mundo va empujando…”.  Sin embargo, no se tiene por un turista ni nada parecido, sino por un investigador que siempre se ha implicado con las comunidades donde ha residido, hasta el punto de haberse empadronado en Arcos: “Si no lo haces parece que no te pones la camiseta del sitio”.
Aunque su horizonte en la ciudad no va más allá de tres años, su estancia dependerá del desarrollo de sus estudios, que tienen a Arcos por “cuartel general” para conocer la bahía y la sierra gracias a su medianera situación geográfica. 


Eduardo Arboleda conocía parte de la historia de Arcos, gracias a sus estudios recientes de la provincia y, particularmente, de San Fernando. Como curiosidad, anteriormente había conocido por internet al arcense José María Pérez, con quien compartió inquietud por el misterio del Círculo Mágico situado a las puertas de la Basílica Menor de Santa María. Sin embargo, Eduardo prefiere llegar a una nueva ciudad con “una hoja en blanco”; es decir, sin conocer a nadie en particular por aquello de no llegar con prejuicios.


En sus primeros meses en la ciudad   -llegó en septiembre-, se ha sentido sorprendido por “las infraestructuras”, en alusión a los salones de exposiciones, el Palacio del Mayorazgo que es “una joya” o la pinacoteca, por mencionar algunos equipamientos culturales. Pero también ha valorado especialmente el carácter de los vecinos, como los trabajadores de Turismo o Cultura como ejemplos de simpatía y servicio público: “No es como el típico funcionario que parece cabreado con el mundo entero”.


Como investigador, indaga en los interrogantes eternos sobre la conducta de las personas. De Arcos le ha llamado la atención la educación con la que se circula, aspecto que desde luego no perciben todos los arcenses. Pero él viene de lugares donde se conduce como locos por las buenas vías donde se desarrolla la circulación urbana. “Ojalá que esos gestos tan pequeños, pero de tanto calor humano, no se pierdan…”. También se ha sentido gratamente sorprendido por el saludo de los vecinos: “Eso dice mucho de una población”.


Hombre que funciona por intuición, considera que no se ha equivocado al elegir a Arcos como centro de sus estudios.
Eduardo, que es una persona de clara actitud crítica, opina que la ciudad debería aprovechar mejor sus recursos, para lo que cita como ejemplo la interesante producción vitivinícola, así como el turismo “a desarrollar culturalmente, porque su cultura y su patrimonio es su gran tesoro”, así como “el buen comer y el buen beber”. No obstante, “su mayor tesoro es su gente; eso no lo apreciáis los que sois de aquí…”.

VISITA AL CEMENTERIO
Uno de los primeros lugares que visitó fue el cementerio, lo cual parece algo tétrico, sobre todo al no vincularle familiar y emotivamente con el camposanto. Pero dice que conociendo el estado de un cementerio se conoce el estado de la ciudad: “Si está cuidado, el pueblo funciona. El de Arcos está cuidado y dividido en varios planos y espacios, e incluso tiene un rinconcillo donde guarda las personas que murieron en la guerra. En otros pueblos no tienen esos detalles. Eso dice mucho del cementerio. Luego, la gente que trabaja allí, a pesar de su trabajo, es muy alegre y amable”. Curiosa reflexión. Después fue leyendo nombres y nombres en cada lápida, para extraer cierta ironía y humor al percatarse de una pequeña figurita de Cristo en un nicho... 


Con buen cante de fondo, así transcurría esta entrevista en un rincón con vistas a la calle Deán Espinosa, en la taberna Jóvenes Flamencos.  Desde aquí, con espíritu existencialista, este antropólogo mira a los problemas del mundo, porque al fin y al cabo lo que estudia es el comportamiento humano, para mostrarse especialmente conmovido con el alto índice de suicidio en Escandinavia como ejemplo de la angustia que vive el individuo.


Como autor, ha publicado varias obras como reflejo de sus experiencias en el campo de la antropología, aunque dice abiertamente que “la mejor obra es el presente”, al que da un valor extraordinario como hecho de la vida humana. “En Andalucía se vive muy bien, pero en Arcos se vive, mejor, de una manera placentera. No hay bullas, estrés…, lo cual no quiere decir que cada familia no tenga sus problemas. Pero es un lugar que si fuera descubierto por los jubilados del mundo… Además, Arcos es económico comparado con ciudades como Málaga. Los extranjeros que viven aquí aportan algo al pueblo. Se integran e implican con sus vecinos”, para lo cual cita como ejemplo al amigo Jim Porter, de la Casa Campana.


Dicho así, parece que este hombre busca lo que casi toda persona: la ansiada felicidad. Encontrarla en Arcos como paradigma de la vida tranquila será cuestión de tiempo, y de paciencia.

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