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Opinión: Una escuela de periodismo tradicional

Mirar hoy atrás llena de orgullo para alguien que perteneció a un cachito de esa historia que se desarrolló entre las paredes de la vieja redacción de El Faro. Un tiempo en el que pude aprender de maestros silenciosos del periodismo

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El Faro cumple 16 años y puede mirar hacia atrás con el orgullo de haber escrito en las páginas de la historia del periodismo campogibraltareño. Por su redacción, que guarda el aroma y el romanticismo de los viejos periódicos, ha desfilado una legión de grandísimos profesionales, de periodistas como la copa de un pino, que se han dejado la piel por hacer llegar la información con el mayor rigor posible.

Detrás de las páginas diarias de un periódico, se esconde una labor titánica, muchas veces desconocida. Recuerdo con especial cariño a Manolo Gutiérrez, periodista de raza, que solía decir: “si alguien pudiera estar un día entero mirando por un agujerito lo que pasa aquí dentro, se daría cuenta de que esto es un milagro todos los días”.

Mirar hoy atrás llena de orgullo para alguien que perteneció a un cachito de esa historia que se desarrolló entre las paredes de la vieja redacción de El Faro. Un tiempo en el que pude aprender de maestros silenciosos del periodismo. Maestros como José María Quiñones o como Pepe Gázquez, que enseñaron a la comarca hasta el último resquicio de lo que acontecía a su alrededor en sus afinados teleobjetivos, y que daban rienda suelta a ese periodismo de calle tan asombroso que sólo saben tener los fotógrafos.

Maestros como Jesús Cabaleiro, periodista de vieja escuela, de los que traían noticias que váyase usted a saber de dónde sacaba, y de los que miraban hasta la última tilde para dar el visto bueno a las páginas con la precisión y ceremonia de los periodistas decimonónicos.

Maestros como Pedro García, el cerebro de aquella inmensa maquinaria de información, fotografía y literatura. Un hombre del que aprendías todos los días, sólo mirando su eterna calma, su saber estar, su afinado olfato periodístico, su entusiasmo, que transmitía con la sobriedad de un entrenador de fútbol.

Tardes y tardes de periódico, del de toda la vida, en una redacción que se llenaba todos los días, de profesionales que llegaban con historias inimaginables debajo del brazo y que buscaban su sitio con una decidida prisa, como si fueran a perder la ocasión de contar aquello que habían conseguido; de confidentes que buscaban a su periodista para susurrarle alguna rocambolesca historia; de políticos, dirigentes vecinales y personas de la más variopinta presencia que acudían con sus notas con el ruego de publicación dibujado en los ojos; de ciudadanos que acudían indignados porque se les había citado en una información, y pedían la rectificación no porque fuera incierta, sino porque se creían en el poder de mangonear al periodista.

Tardes calurosas de verano y frías y lluviosas de invierno en la que aprendías de todos los que te rodeaban, que fueron maestros de mi vivencia en aquella hermosa etapa (maestros como Miguel Núñez, como Juan Andrés Gallego, como Estefanía Selva, como Juan Luis Reyes, como Susana Pérez Custodio, como David Alarcón, como Pepe Martínez, como Yolanda García y como tantos otros que me dejo injustamente en el tintero, pero que llenaron mis días de periodismo).

Hoy, 16 años después, El Faro se ha convertido en un semanario de reflexión, análisis y reportajes en profundidad, y mira al futuro en medio de una compleja encrucijada histórica. La crisis, que zarandea al periodismo desde lo económico, lo ético y lo tecnológico, plantea multitud de interrogantes a la profesión.

Mientras tanto, El Faro sigue escribiendo la historia de la comarca y del periodismo, en un día en el que es inevitable mirar atrás y acordarse de todos aquellos que lo hicieron posible, día tras día, durante tantos años. Felicidades a todos ellos. De corazón.

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