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Sábanas para echarse una siesta

La bailaora granadina Fuensanta ?La Moneta? dio la de cal anoche en el Villamarta con una obra aburrida, lineal y monocorde, con pocos argumentos a los que aferrarse para ponderarlos de una manera notable.

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  • Fuensanta ?La Moneta? no dejó trazas emotivas en su espectáculo desarrollado anoche a lo largo de hora y cuarto en el Teatro Villamarta. -
Hay eventos que... bueno, ¿qué decir? No, de verdad, ¿alguien me puede ayudar? Como veo que no es posible y que voy a tener la ingente labor de escribir yo solo sobre el espectáculo de anoche hasta poner negro sobre blanco todo el espacio de esta hoja, empezaré a describir por encima la situación de De entre la luna y los hombres: unas enormes sábanas, como gigantescos pañuelos o yo qué sé. ¿Y qué más? Tedio, mucho tedio, una linealidad que no se acabó hasta que el telón clausuró el bostezo. 

Desde los primeros instantes parece que se intuía la escasa prodigalidad que iba a tener la gracia y el arte en esa función, todo un canto –un canto, porque de baile, poco, poquito– de aburrimiento, de opacidad y rutina. 

Con toda sinceridad, ignoro cuáles eran las pretensiones de Fuensanta La Moneta porque el brillo, la vistosidad y cuantos adjetivos bondadosos quieran aplicarse no hicieron acto de presencia ni un segundo. 

Entiendo que no es una función para el Villamarta, acaso tampoco para otro espacio, pero desde luego, aún le falta a la bailaora las tablas de la experiencia y, una cosa más importante, darle lustre a los números, pulirlos con una pizca de sabor, como se suele decir, para que no se apodere del respetable el sueño. 

Las sabanitas deberían haber servido para no enredar tanto y despejar el camino argumental que proponía La Moneta, pero fomentaron el que el público pensara en una mullida y confortable cama. 

Y los músicos, ocultos tras una espesa capa que los aislaba de la protagonista, cantaban y tocaban allí, tan lejos, que daba la sensación de estar inconexos, desaparecidos, proscritos. 

El cante de atrás, mejorable, la verdad. Se recordaba a José Valencia en el día anterior y bueno, qué decir, sobran las palabras, las comparaciones son odiosas. 

Bueno, lo anecdótico fue que el quinto número, Entre sábanas, una soleá y bulerías, hizo de hilo conductor desde mucho antes y hasta última hora. Debería haberse llamado así el espectáculo porque no sé de qué va eso de De entre la luna y los hombres... al margen de que fue en el satélite de la Tierra donde se quedó el evento. 

Una hora y cuarto es suficiente para disfrutar de algo que apasiona y gusta; no digamos ya si es tiempo más que de sobra cuando una labor se desenvuelve en una atmósfera tan espesa y monocorde. 

Sorprende que una joven bailaora granadina, con tanto poderío como da esa zona, conforme un espectáculo tan exiguo para un gran ciclo como el Festival de Jerez. Hombre, que una cosa es un pequeño formato para una sala de categoría inferior y otra es llevar eso mismo al Villamarta. Cada idea requiere adaptarse al lugar donde se va a desarrollar y ajustar al espacio de exposición la idiosincrasia de la obra. 

Sólo cabe desear que Fuensanta siga adelante y no se aburra –es muy joven–, porque en el fondo, pese a lo escrito hasta aquí, tiene algo convincente que, acaso con el tiempo, percatándose de los fallos citados, pueda corregir. 

La mala suerte además se ceba por partida doble, ya que el calendario ha dejado encajonada a De entre la luna y los hombres entre la noche de Javier Barón de anteayer y la de esta noche de Isabel Bayón que, sin caer en apriorismos, es de esperar que sea una función muy emotiva. 

En resumen: La Moneta es buena bailaora, pero pueda dar mucho más; ayer, en cambio, sucumbió en un recinto de gran calibre como el Festival de Jerez. Las sábanas invitaban al sueño: hubiera sido conveniente dormir.

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