“Mi nueva novela es un adiós definitivo a Obaba y a esa realidad del País Vasco que he reflejado hasta ahora, porque el motor que movía esa literatura se ha parado y porque ya he contado todo lo que podía contar”, afirmaba ayer Atxaga en una entrevista con Efe, en la que aseguraba que ha vuelto “a una segunda juventud” con Siete casas en Francia.
Publicada por Alfaguara, esta novela constituye “un reto narrativo” para su autor, dado que ha pretendido que fuera “tan atractiva como un libro de aventuras”, pero sin que el tono de parodia y de humor negro que envuelve la historia impida “hacer reflexionar sobre la condición humana y hasta dónde hemos llegado a principios del siglo XXI”.
La elección del antiguo Congo belga como escenario de su nuevo libro “no es casual”. Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951) recuerda que el continente africano es “casi un subgénero de la literatura, el cómic y el cine”, y ahí están escritores como Conrad, André Gide, Mark Twain o Conan Doyle para probarlo, y ahí están también Tarzán, Tintín o Memorias de África.
Autor de obras de narrativa tan premiadas como Obabakoak –traducida a 23 lenguas y llevada al cine por Montxo Armendariz– o El hijo del acordeonista, su anterior novela, publicada en catorce idiomas, Atxaga huye de “la denuncia directa” y de “la crónica periodística” en Siete casas en Francia.
El autor se traslada a Yangambi, junto al río Congo, para narrar las peripecias de un destacamento de militares mandados por el capitán Lalande Biran, un poeta sin escrúpulos y buena prueba de que “la poesía y el crimen andan muchas veces de la mano”.
Era la época en que el rey Leopoldo II de Bélgica, “la peor alimaña que ha dado la Historia”, según Mark Twain, consideraba el Congo como su “jardín privado” y hacía allí cuanto se le antojaba, hasta el punto de que diez millones de personas murieron en esos años de finales del XIX y principios del XX.
Ese genocidio, el régimen de esclavitud que se aplicó a los nativos, las constantes violaciones de mujeres y niñas, las matanzas de animales y el saqueo de las ricas materias primas de aquellas tierras, como la caoba y el marfil, es “el fondo monstruoso” que late en las 255 páginas de esta novela.
Siete casas en Francia no sólo recrea el genocidio que se cometió en aquella época, sino las envidias, celos y ambiciones desmedidas que se desataban entre los soldados y oficiales de aquel lejano destacamento.
“Los seres humanos somos peores de lo que creíamos”, constata Atxaga, que ha huido de artificios verbales en su novela, porque por algo decía Kafka que “las grandes palabras sólo traen grandes catástrofes”.