La rabia por la agresión sufrida, el desamparo internacional y el sacrificio del pueblo iraní en su guerra con Irak (1980-1988) son los protagonistas del Museo de la Sagrada Defensa de Teherán, muestra que explica el cruel conflicto más a través de los sentimientos que de los objetos expuestos.
En un espectacular y moderno edificio en el centro de la capital iraní, el Museo de la Sagrada Defensa, como se conoce en el país al conflicto con el Irak de Sadam Husein expone la visión de la República Islámica de un acontecimiento que aún marca su día a día.
Rodeado por un hermoso jardín plagado de tanques, vehículos blindados, aviones de combate y cañones antiaéreos, el interior del museo ofrece una visión simbólica y poco apegada a los objetos "duros" de la guerra, ayudado por un despliegue de vídeo, sonido, proyecciones, reproducciones y nuevas tecnologías que narran una heroica, aunque también parcial, gesta.
Asgar Rezvaní, jefe de Relaciones Públicas del museo y ex combatiente de la guerra, en la que participó con tan solo 16 años, explicó a Efe con la habitual retórica iraní que el objetivo del museo es "mostrar algunas dimensiones de los valores de la honorable época de la defensa sagrada, en su mayor parte en formato digital".
La tarea, muy bien conseguida, logra que el visitante se estremezca al entrar en una reproducción de la ciudad de Jorramchar, devastada tras la invasión iraquí o se indigne al conocer la pasiva respuesta internacional a los ataques con armas químicas que una y otra vez Sadam Huseín empleó durante el conflicto.
Precisamente, el dictador iraquí, que no el pueblo del país vecino - al que no se dedica espacio alguno - ocupa un lugar importante en la muestra, en el que se le ve rodado de sus amigos de Occidente, árabes, o de la órbita soviética, de quienes recibió armas y todo tipo de ayuda, y, también con cierta ironía, barbudo y agotado, tras ser detenido por los EEUU tras la invasión de su país en 2002.
La idea de un Irán desamparado que se defendió contra todo pronóstico, y venció en aquel conflicto solo por resistir, subyace también en toda la exposición.
"Irán fue el ganador, en una guerra en la que 50 países apoyaron a Sadam para que ganara frente a un país que estaba en plena revolución política que se enfrentaba a Oriente y a Occidente. No solo lo apoyaron, se negaron a condenarlo cuando tiró bombas químicas. En esa situación, no haber dado un palmo de tierra iraní significa haber triunfado", razonó exultante Rezvaní.
La dramática muerte en la guerra de aproximadamente un millón de jóvenes iraníes, algunos casi niños, tiene también su espacio en el denominado "puente de los mártires", en el que queda patente la unión entre los intereses políticos de Irán con la militante fe chiíta que impulsó tanto la Revolución Islámica su fanática dedicación al conflicto.
Alireza Nachmí, uno de los guías del museo, dijo a Efe que muchos de los visitantes, particularmente los jóvenes, se muestran muy afectados tras visitar las salas, porque "entienden que hubo quienes sacrificaron su vida para darles la tranquilidad en la que viven hoy".
En este contexto de defensa del régimen islámico que creció y se fortaleció durante el conflicto con Irak, la figura del ayatolá Ruholá Jomeini es parte fundamental del museo, del que surge tanto como el mayor impulsor de la Revolución Islámica como del espíritu de defensa de la nación y sacrificio que dominó a los iraníes de la época.
Otros, sin embargo, no lo recuerdan así, como un taxista de Teherán de 55 años que afirmó a Efe que él fue a la guerra "contento y orgulloso por defender" a su país, algo que sin duda "volvería a hacer", pero que en ningún momento lo hizo o lo hará "por ésa gente", una referencia a los clérigos que instauraron la República Islámica.