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Sevilla

Los areneros del Guadalquivir

Otros barrios sevillanos, como Los Humeros y la Macarena, y también otros pueblos ribereños, tuvieron vinculaciones con los areneros, pero sin el protagonismo decisivo trianero y coriano

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  • Muelle de la Sal -

En la historia aún por escribir de los areneros del Guadalquivir, Triana y Coria del Río tuvieron protagonismo principal, pues ambos enclaves reunieron las raíces básicas de un oficio durísimo y legendario, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, y que hasta 1954, ejerció el trabajo de sirga, un sistema ancestral de arrastre de los barcos cargados y navegando a contra corriente, ya desterrado en Occidente desde principios del siglo XX. Hasta el año citado no se motorizaron los barcos areneros, coincidiendo además con el traslado de los muelles de atraque al río artificial de la Vega de Triana, a la corta que ahora une San Juan de Aznalfarache con el Patrocinio.

Otros barrios sevillanos, como Los Humeros y la Macarena, y también otros pueblos ribereños, tuvieron vinculaciones con los areneros, pero sin el protagonismo decisivo trianero y coriano. Hay constancia del oficio de areneros en el siglo XIV, censados en el arrabal, pero esta actividad tuvo que ser ejercida en tiempos árabes y aun anteriores como demuestran los sistemas de construcción.

Las zonas de carga de arena y grava estaban situadas en el sector de San Jerónimo, en los lugares conocidos como “El Palo del Manco”, en la rivera de Huelva, en los varios recodos del río donde se refugiaba la arena arrastrada por las corrientes; en la zona de “El Copete de los cochinos”, más allá de La Algaba; en “El Carvajal”, en la misma puerta del salto de agua de Alcalá del Río... La presa alcalareña cerró el paso río arriba a los barcos areneros y a los esturiones.

Estos datos los recogimos de boca de viejos areneros y los dimos a conocer en nuestros libros “Sevilla en tiempos de María Trifulca” y “Sevilla en tiempos del Tamarguillo”. Para cargar los barcos se buscaban zonas de poca agua para poder trabajar sumergidos hasta medio cuerpo. En zonas más profundas se utilizaba el cazo, que era un palo de unos cuatro metros de largo con un cazo en la punta con el que se rastreaba el fondo del río cercano a las orillas. Cada material tenía sus lugares idóneos. La zahorra estaba en los sitios donde el agua corría más y se llevaba la arena, que se asentaba en zonas de aguas más reposadas, como los recodos del río. Las frecuentes riadas del Guadalquivir clasificaban naturalmente los materiales y además recuperaban las pérdidas de arena y grava en los bajos y recodos.

Para descargar los barcos, llevados a puerto a fuerza de vela, de remo y arrastre por el sistema de sirga, se utilizaban espuertas de palma transportadas sobre la cabeza, que llenas de arena mojada y con colmo, pesaban unos cincuenta kilos. Cada arenero llenaba la espuerta poniéndosela entre las piernas y acarreando la arena con un azadón. Otros areneros más viejos ayudaban con una pala y a subirlas hasta la cabeza. Los viajes de ida y vuelta se hacían coincidir con los sentidos de las mareas, para aprovechar las corrientes, pero no siempre era posible esperar la bajamar para el regreso. Los areneros estaban normalmente cuatro o cinco días trabajando, viviendo en el barco o en chozas de la orilla.

Recuperar las características del oficio de arenero ocuparía varias páginas de este periódico, por lo que prometemos volver a ocuparnos del tema más adelante. Con esta primera entrega aportamos fotografías que recogen aspectos fundamentales de los areneros del Guadalquivir.

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