La campaña electoral para el 26J y la aspiración de Podemos a convertirse en fuerza hegemónica de la izquierda han devuelto al primer plano la vieja pugna ideológica que socialdemócratas y comunistas --si bien con distintos nombres-- han venido manteniendo desde mediados del siglo XIX.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, propone construir una "cuarta socialdemocracia" mientras una parte de sus socios en la coalición Unidos Podemos --el PCE ya largamente integrado en IU-- ha lanzado la campaña reivindicativa "Somos comunistas".
Con ese panorama, el PSOE, que se considera depositario de la tradición socialdemócrata y ve peligrar su liderazgo en la izquierda, ha tachado de "broma de mal gusto" que Podemos se presente como socialdemócrata. Iglesias, que militó en las Juventudes Comunistas y ha asesorado a dirigentes de IU, argumenta que "los campos políticos" no los definen las "etiquetas", sino la contingencia histórica, y ha afirmado en un par de ocasiones que Karl Marx y Friedrich Engels, redactores del 'Manifiesto comunista', fueron, en su día, socialdemócratas.
Es cierto que los términos comunismo, socialismo y socialdemocracia no han significado siempre lo mismo, pero siempre hubo brechas en la familia, primero entre los partidarios del reformismo y los de la revolución, después por la sumisión al Partido Comunista de la Unión Soviética y, en el último tercio del siglo XX, por la aceptación o no de la economía de mercado.
La socialdemocracia acepta el capitalismo y es partidaria del sistema democrático, mientras el comunismo se opuso a la democracia liberal y, desde su implantación en Rusia, no volvió a aceptar la democracia hasta los años setenta, y ello como vía para conformar una alternativa al capitalismo.
MARX Y ENGELS NO FUERON SOCIALDEMÓCRATAS
El Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) fue marxista durante tres cuartos de siglo, pero Marx y Engels nunca fueron socialdemócratas. De hecho, ambos dirigieron duras críticas a los principios fundacionales del SPD, nacido en el Congreso de Gotha en 1875 por la unión entre la Unión General Alemana de Trabajadores de Ferdinand Lassalle y el Partido Socialdemócrata de Trabajadores fundado por dos seguidores de Marx y Engels, August Bebel y Wilhelm Liebknecht.
"Caso de ser aprobado (el programa de Gotha), Marx y yo jamás podríamos militar en el nuevo partido erigido sobre esta base y tendríamos que meditar muy seriamente qué actitud habríamos de adoptar frente a él", escribió Engels a Bebel. Marx y Engels rechazaban, entre otras cosas, la disposición de los 'lassalleanos' a pactar con el Estado para lograr el sufragio universal para avanzar hacia el Estado socialista mediante el voto.
En opinión de Salvador Giner en su 'Historia del pensamiento social', ya en Gotha nace la brecha de la que van surgiendo dos "socialismos", el que defenderá el orden instaurado por los bolcheviques en 1917 y el socialismo constitucional que se implantará en los países occidentales y que, con el tiempo, aceptará la economía de mercado.
Marx ya había criticado a la socialdemocracia, por lo que suponía de pacto con la burguesía para lograr la armonía entre capital y trabajo, y no su abolición, en 'El 18 Brumario de Luis Bonaparte' (1852). También dedicó parte del 'Manifiesto comunista' a criticar a los socialismos no "científícos", nombre que recibió su doctrina.
Desde el 'Manifiesto' se distinguió el socialismo científico o comunismo --la vía revolucionaria, basada en la teoría del materialismo dialéctico, para lograr el establecimiento de una sociedad sin clases y sin propiedad privada-- del resto de movimientos obreros y propuestas socialistas más o menos "utópicas".
En los años siguientes, el SPD alemán sí fue netamente marxista, gracias al Programa de Erfurt redactado por Karl Kautsky (y revisado por Engels) que se adaptaba a la ortodoxia. Fueron los años de la Segunda Internacional, animada por Engels (Marx había muerto en 1883 y sólo conoció la Primera, formada por una amalgama de movimientos que sucumbió por las diferencias entre marxistas y anarquistas).
Sin embargo, la segunda brecha estaba en ciernes, porque Kautsky estaba convencido de que la revolución sería fruto --como escribió Marx-- del desarrollo del capitalismo y sus contradicciones, pero para eso era partidario de favorecer, como paso previo, las revoluciones liberales, y mientras tanto los objetivos eran mejores salarios y libertad política y sindical.
Además, Kautsky apostó por el pluralismo ideológico dentro del socialismo --y no por el partido único-- y opinó que la dictadura debía ser remplazada por la democracia. Eso le valió la ruptura con el líder revolucionario ruso, Vladimir Lenin, en 1918.
A ello se sumó que la socialdemocracia no fue capaz de evitar la I Guerra Mundial. De hecho, la Segunda Internacional murió cuando sus partidos miembros optaron por sus respectivos Estados nacionales en vez de por el internacionalismo del movimiento obrero. Después de la Revolución rusa, los partidos llamados desde entonces "comunistas" estaban a las órdenes de Moscú.
En España, Pablo Iglesias fundó en 1879 el PSOE, de inspiración marxista pero dispuesto a participar en las instituciones. El PSOE rechazó el leninismo tras el viaje a Moscú de Fernando de los Ríos y Daniel Anguiano en 1921. "¿Libertad para qué?", le preguntó Lenin al reformista De los Ríos; "libertad para ser libres", respondió éste.
¿SOCIALISTA O SOCIALDEMÓCRATA?
Los Estados creados bajo la órbita rusa se autodenominaron "democráticos", "populares" o "socialistas", así que después de la II Guerra Mundial y bajo el influjo de la Guerra Fría empezó a ganar adeptos el término "socialdemócrata". Pero además, en 1959 el propio SPD dio el salto de renunciar al marxismo y aceptar la economía de mercado en el Congreso de Bad Godesberg. En España, el PSOE lo hizo 20 años después, en 1979.
Los partidos comunistas, especialmente el español y el italiano, dieron su propio salto al renunciar a la tutela de Moscú y convertirse al llamado 'eurocomunismo' a mediados de los setenta. El secretario general del PCE, Santiago Carrillo, afirmaba en su libro 'Eurocomunismo y Estado' (1977), que su partido estaba emancipado del PCUS desde la invasión soviética de Checoslovaquia de 1968.
Carrillo mantenía que el objetivo del eurocomunismo seguía siendo transformar la sociedad capitalista e impulsar la revolución, no convertirse en una de sus variantes de Gobierno, es decir, que no podía confundirse con la socialdemocracia.
Sin embargo, sí dejaba claro que la estrategia del eurocomunismo era la convergencia con socialistas, socialdemócratas y cristianos progresistas. El PCE, decía Carrillo, no pretendía ya convertirse en la fuerza dominante de la sociedad, sino contribuir a que las fuerzas del trabajo conquisten la hegemonía y cooperen en el poder en función de su peso real.
El PSOE de Felipe González, que en 1977 no había abandonado el marxismo ni abrazado la economía de mercado, consideraba que el eurocomunismo no era verdaderamente democrático al no practicar la democracia internamente.
LA CASA COMÚN DE LA IZQUIERDA
Sin embargo, a principios de los noventa el PSOE trató de atraer a IU con su proyecto de 'casa común de la izquierda', y lo logró con varios de los que entonces eran fieles a Carrillo, que prefería una casa común "grande" a la "pequeña" IU que lideraba entonces Julio Anguita.
Ahora, un discípulo de Anguita aspira a construir una nueva casa común, y de momento ya ha atraído a IU. Y mientras Anguita proclama "todos somos comunistas" --en las listas va incluso un crítico con el "tacticismo" de Carrillo como fue Manolo Monereo--, Iglesias propone un debate ideológico sobre una cuarta socialdemocracia con "políticas redistributivas" en una "economía de mercado". Y añade, en un reciente artículo en 'Público', que no quiere tener ese debate "sin el viejo Partido Socialista".