Bares de copas, tiendas de videojuegos y estudios de tatuajes, pero también carnicerías, estancos, patios de vecinos y dormitorios: cualquier lugar puede ser bien decorado por un grafiti, y de eso se han dado cuenta tanto los grafiteros como los comerciantes y ciudadanos, que cada vez acuden más a este “arte urbano”.
Asier, por ejemplo, se percató de que “de lo que hacía por la cara podía hacerlo por dinero” y ahora es algo más que un grafitero, según explica a Efe.
Primero le pidieron que decorara el estudio de un amigo en Madrid y luego le ofrecieron un dinero por hacer un grafiti en la entrada de un bar.
“Poco a poco me di cuenta de que podía conseguir hacer negocio de esto, y entonces monté una página web y hasta me hice tarjetas de visita”, señala.
No abandona la calle, y sigue pintando debajo de túneles, en muros desiertos y a hurtadillas de las autoridades, casi siempre a las afueras de la ciudad, pero reconoce que en el mundo del grafiti hay una evolución.
Los comerciantes, más que un cambio, lo que han hallado es una utilidad en la idea de que los grafiteros respetan mutuamente sus trabajos: si hay un grafiti en la fachada, nadie pintará encima.
Esa era la idea que tenía Javier en la cabeza cuando abrió su establecimiento en el centro de Madrid, ya que quería evitar pintadas y grafitis que “afearan la fachada” y le obligaban a “trabajar de más para intentar quitarlas”.
Ahora, Groucho Marx y Humphrey Bogart, “dos grandes fumadores del cine”, son protagonistas de la fachada de su estanco, dos grafitis que hacen que su comercio “llame la atención” y con los que ha conseguido, según cuenta, que no le “pinten más”.
Todo gracias a Alberto, quien, desde su página web ofrecía el servicio que él estaba buscando.