Pese a esa sensación de normalidad, los observadores constatan que el odio entre las etnias han y uigur es aún patente.
Zhou, uno de los nueves miembros del Comité Permanente del Politburó del Partido Comunista de China (PCCh), alentó a las tropas desplegadas en la ciudad, que se cuentan por decenas de miles, y les pidió que repriman a “las fuerzas separatistas”.
El presidente chino, Hu Jintao, aseguró que la estabilidad en la provincia de Xinjiang es “la tarea más importante y apremiante” y reiteró que se aplicarán “castigos severos” a los responsables de las revueltas.
Durante todo el día de ayer, el primero tras el levantamiento del toque de queda, las tropas chinas hicieron una demostración de poder en todos los barrios de Urumqi para hacer ver que la situación está bajo control.
La censura del Gobierno chino sobre las revueltas quedó otra vez demostrada por el hecho de que hasta ayer no se confirmaron disturbios en Kashgar (la segunda ciudad de la provincia) del lunes.