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Smombis

Es un problema que roza la obsesión y viene a confirmar aquellas exageraciones cuando empezaron los mensajes gratuitos por WhatsApp.

En estos días el móvil ha vuelto a mover la antena reclamando atención. La verdad es que nunca ha dejado de hacerlo aunque ya no la tenga, aunque no haya que sacarla para hablar, como la de los coches de antes para oír la radio. Y el tema es el poder adictivo que somete al usuario haciéndole olvidar dónde está. En algunas ciudades se han tomado medidas.

Hemos visto en los telediarios que se han puesto luces rojas en el pavimento, letreros en los espacios de los pasos de cebra y avisos similares a las señales de tráfico, pero de nada sirven, porque para seguir los consejos habría que leerlos y la mayoría de los usuarios van con los ojos clavados en la pantalla.

Es un problema que roza la obsesión y viene a confirmar aquellas exageraciones cuando empezaron los mensajes gratuitos por WhatsApp. Haciendo un poco de memoria, si nos parecían milagrosos los mensajes de texto, los de esta aplicación resultan arrolladores y tan embebidos estamos, tan necesarios resultan que no nos damos cuenta de que nos someten.

Hemos visto caídas en calle por ir leyéndolos y también en La Isla hemos sido testigos de cómo hay gente que se queda parada en medio de la carretera leyendo y tecleando sin oír el aviso de los conductores o la llamada nerviosa de otro viandante desde la acera. Una mirada despistada es la respuesta, una mirada distante porque la atención está encerrada, encarcelada, metida en el bocadillo de fondo blanco que informa y solicita respuesta inmediata.

No es posible imaginar la vida sin WhatsApp, parece que siempre ha estado  con nosotros y que nunca nos va a dejar. Hoy para desconectar, nos conectamos. Cierto es que distrae muchísimo, que es muy útil para informar con urgencia, es decir, es una maravilla que no deberíamos permitir que nos obsesionara, que su uso se volviera adictivo. La memoria rescata el momento anotado, visto en La Isla el día antes de que la noticia saliera en el telediario.

El ingenio ya ha puesto nombre a estos usuarios que caminan absortos, sin darse cuenta del rumbo y el peligro. Son los smombis, palabra que nace de la unión de Smartphone y zombi, que pululan por todas partes. Hay más de humor que seriedad en el término, pero no por ello deja de ser preocupante por el riesgo que entraña, ya que el momento, el encontronazo es semejante a una situación límite, tanto para otros viandantes como para conductores.

Estas líneas han recogido en más de una ocasión que estos adelantos debemos adaptarlos a nuestras necesidades y no depender de ellos. Es difícil pero no imposible. Cierto que surgen situaciones en las que el móvil resulta muy útil y eficaz pero cuando pasan, cuando se logra de nuevo el equilibrio deberíamos establecer un límite a fin de controlar la posible adicción. Puede parecer una exageración, pero está recogido en artículos, como aquellos que se ocuparon del síndrome del pulgar, una dolencia padecida por este dedo a raíz de la rapidez adquirida al teclear.

Deberíamos plantearnos la dosificación y la calma, la disciplina en suma. Si insistimos en el empeño evitaremos, de momento, el pago de ochenta euros de multa, cantidad y proyecto en estudio que resulta un pellizco lacerante para el bolsillo. Así las cosas, habrá que dejar el smombismo en casa.

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