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Desde la Bahía

Una triada ominosa

No sé cuando se miran al espejo, qué es lo que ven estas personas delante de ellos.

L os regímenes totalitarios están llenos de falsedades y los democráticos de insultos.- Ni en uno, ni en otro. Está el corazón de aquellas personas que sin resentimientos, ni sienten el deseo de oprimir a sus semejantes, ni tampoco les place con sus gritos e improperios derribar ideas o proyectos, para los que no tiene capacidad inteligente de debatir

La idea opresiva, de silencios obligados, de soportar subordinaciones, parece que se ha sobrepasado aunque no en la totalidad  o en los ideales de determinados partidos. Pero el derribar al contrario por medio de la infamia, la demagogia, el oprobio y las descalificaciones de todo tipo, siguen siendo la norma en cualquier parlamento, debate o pleno consistorial, que a diario se celebre.

Acompañan a todo esto dos formas de cegueras, que la mayor parte de las veces se complementan. Una: los ciudadanos se empeñan “en no ver” que por mucha igualdad que los regímenes democráticos proclamen, sin embargo todo el mundo no está capacitado/preparado para ocupar un puesto de responsabilidad y poder y que si no se sabe - y la ciencia no es infusa, sino que requiere libros y codos sobre la mesa - mejor es quedarse en su profesión u oficio habitual y dejar paso a otros más válidos.

La segunda cuestión a la que me quiero referir es: no se dan cuenta “no ven” estas personas elegidas como nuestros representantes, que los insultos y degradaciones hasta la insolencia, al final menosprecian y envilecen a todos ellos, siendo ésta una de las cuestiones por la que el ciudadano normal, de la calle, tiene tan denigrante opinión de la palabra "político" que bastantes veces la asimilan como sinónima de corruptos, aprovechados, submediocres o ignorantes.

No sé cuando se miran al espejo, qué es lo que ven estas personas delante de ellos.

No conozco una distancia menor que la del paso del amor al odio y viceversa. Sorprendente. Es la forma más frecuente de actuar de las masas, las aglomeraciones de seres humanos. Ejemplos hay más que amapolas por los campos. Los que quieren conseguir el poder en las urnas lo saben con la perfección envidiable del equilibrista.

Se añade entonces, una nueva “arma de destrucción psíquica” al discurso, esta vez no en parlamentos, sino al aire libre. Aparece el engaño. Su permisividad recuerda, la que ha tenido la poesía con la rima libre y que ha acabado en una prosa “disracional”.

En los mítines preelectorales se permite todo, y  engaño e insulto,  forman un binomio tan atractivo, como la miseria y la desgracia en el envidiado, es para el envidioso.

Una palabra “mágica” completa el espacio truculento: “cambio”. ¿Quién no ha ingerido reiteradamente este concepto creyendo que era alimento generador de virtud, sin darse cuenta   - sobre todo en las clases más ínfimas y de menor poder adquisitivo - que ese “cambio” sólo representa en ocasiones, que van a tener otro amo al que obedecer.

Quien grita, está falto de argumentos. Quien insulta y grita tiene un caudal mayor que el cauce del río Ebro, de ignorancia. Quien grita insulta y engaña, guarda un alma totalitaria y despreciativa hacia quien le aplaude y su última estación es la forma corrupta de comportamiento.

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