La obesidad durante la segunda década en la vida de una persona es un potente predictor de la obesidad en el adulto. Debido a las importantes consecuencias económicas, sociales y sanitarias, la obesidad en el infante se concibe hoy en día como un problema importante de salud, tanto en los países desarrollados como en los que se encuentran en vías de desarrollo.
En los países desarrollados, la obesidad infantil suele ser más frecuente en los niveles socioeconómicos más desfavorecidos, con peor nivel nutricional y formativo, que la consideran todavía, a la vieja usanza, un indicador de salud y posición social.
La prevalencia de obesidad en España es del 13,9% y la del sobrepeso y obesidad del 26,3% (lo que conlleva que el porcentaje exclusivamente del sobrepeso es del 12,4%). La obesidad es mayor en varones (15,6%) que en mujeres (12%), y también lo es el sobrepeso. Por edades, los jóvenes de 6 a 13 años presentan valores más elevados de obesidad. La obesidad es mayor entre aquellas personas que no desayunan o desayunan mal. Las tendencias indican un incremento de la prevalencia de sobrepeso y obesidad infantil y juvenil en las últimas décadas, más marcado en varones y en edades prepuberales.
En EEUU, como respuesta a una demanda concreta de Congreso, el informe de Instituto de Medicina (IOM) concluye: “A menos que hagamos algo al respecto, estamos criando la primera generación de niños que serán más enfermos y tendrán vidas más cortas que sus padres” (IOM 2005).
La obesidad infantil tiene consecuencias muy negativas en la salud de estos menores, como problemas ortopédicos, cutáneos y respiratorios, riesgo de diabetes, intolerancia a la glucosa, hipertensión, problemas hepáticos, aumento del colesterol y los triglicéridos o alteraciones de sueño, entre otros.
La obesidad no es sólo predictora de enfermedad sino que es un potente factor de insatisfacción corporal y un factor de riesgo de llevar a cabo comportamientos no saludables con el objetivo de adelgazar.
Añadamos el efecto negativo que la obesidad puede tener con respecto al desarrollo psicosocial del niño, siendo un factor de riesgo para el desarrollo de problemas psicológicos, como baja autoestima, fruto, por ejemplo, del rechazo por parte de sus iguales, aislamiento social, depresión o trastornos como bulimia, anorexia.
Hay que señalar, asimismo, que siempre hablamos en cuestión de probabilidades. Nunca podremos establecer una relación causal entre estas relaciones, pero sí podemos aseverar un aumento de las probabilidades en presentarse el panorama expuesto si el infante presenta obesidad.
Así que ahora sigan sin organizarse, sigan corran que te corran y saquen del congelador las pizzas, platos precocinados o cualquier bomba de relojería para el estómago de un crío y dispónganse a servirlo… sus hijos se lo agradecerán dentro de 15 años.
Saludos, disfruten del verano y, como siempre, sean felices. Nos leemos a la vuelta (cuando la piel se torne “tostaíta”).