Quién no ha coreado alguna vez el estribillo de esta canción tan versionada que los años han hecho inmortal. Es de las que gusta acompañar con una guitarra y con la voz casi en un susurro seguir la letra aprendida como si fuera tradición oral. Hemos crecido con ella. Cuando en el colegio había ensayo para un aniversario, en más de una ocasión le dedicábamos unos minutos con permiso de la directora de canto. También la hemos incluido en la sobremesa de nuestras reuniones entrañables, por eso resulta tan evocadora. De alguna manera nos han marcado sus notas, de alguna manera es nuestra.
Se trata de un vals peruano compuesto por Chabuca Granda que ella misma cantó, pero quien le dio personalidad y expresión fue María Dolores Pradera. Ha tenido que fallecer para que nos hayamos decidido a escribirlo, a expresar ese cariño especial, esa emoción que sentíamos al oírla con su voz tan personal e inconfundible. Vestida casi siempre de oscuro, daba una imagen sobria que dulcificaba con su sonrisa, que alegraba su melena castaña rizada al rozar el nacimiento de la espalda, volviéndose, como si le diera vergüenza, para ver el pasador que brillaba en su cabeza, el que sostuvo la onda que dejaba caer graciosamente desde que apareció en Inés de Castro, su primera película, en el año mil novecientos cuarenta y cuatro.
Su aspecto serio nada tenía que ver con su carácter, en el que destacaba su sentido del humor. No lo parecía porque se la conocía por las entrevistas en la radio o algún reportaje ilustrado con fotos. Fue la televisión quien nos enseñó su lado más divertido, porque bromeaba incluso consigo misma. Era única y también lo era en su trabajo porque tenía la capacidad para hacer suyas las canciones de otros intérpretes, imprimiéndoles su sello.
En sus conciertos solía dejar un hueco para las de siempre: Amarraditos, Fina estampa, El rosario de mi madre, En un rincón del alma. La flor de la canela era especial, tanto que nadie la cantó como ella, ni siquiera los mejores. Por esa razón la asociamos con María Dolores Pradera, con ese menudo pie que la lleva del puente a la alameda. Nadie recuerda a la lavandera en que se inspiró Chabuca Granda, porque parece que la compuso para esta dama española, la actriz que un día decidió cantar con un estilo propio, entre el fado, el bolero y la balada, una combinación que engrandecía su voz grave de contralto, que hechizaba aromando.
Descanse en paz.