Ana Lizana, de largo la mejor cantaora para bailar en muchos kilómetros a la redonda, reconocía que ni siquiera había pensado dedicarse al flamenco. Lo suyo era la canción y su arrojo y su ofrecimiento a Concha Baras, que había perdido a su cantaora, la llevaron a pasarse la vida cantando atrás y sin ninguna intención de ponerse a cantar delante. Ella había elegido su sitio en el escenario porque estaba cantando para que aprendieran a bailar muchas personas a lo largo de los años.
Gabino Pérez tocaba un poquito la guitarra y por esas cosas que pasaban antes, una vez lo llamaron para hacer un acompañamiento y estuvo dos horas sobre el escenario tocando de todo. Y también tiene claro con el paso de los años que quiera tocar para bailar.
Y Rafael Romero, que era el que sí tenía claro que quería salir de La Isla y salió, pero volvió y tocó para los cuadros flamencos de Concha Baras, también dejó claro lo que había significado ese especie de movimiento que en la última parte del siglo pasado comenzó a tomar forma en aquella Isla que en las décadas de los 70 y los 80 sí era una ciudad flamenca.
Era el San Fernando de la Tertulia Flamenca de la Isla, de una entidad nombrada y renombrada en todo el orbe flamenco, un templo para los mejores cantaores de toda España y donde estaban los mejores aficionados de una ciudad que tenía festival de verano, lo que no se podían permitir todas.
En ese ambiente comenzó a enseñar Concha Baras y a sacar adelante cuadros y personas, artistas en ciernes que unos llegaron y otros lo disfrutaron. Hombres y mujeres que pasaron por esa escuela especial que llegó a tener hasta medio centenar de alumnos y una profesora especialmente dotada para enseñar. O sea, todo lo que hay que tener.
El I Congreso de Baile dedicado a Concha Baras es precisamente eso. Fue eso en la primera de sus jornadas. Un recordatorio de cómo había comenzado todo y sobre ese recordatorio, la constancia de que el presente y el futuro comenzaron en ese ambiente flamenco de La Isla donde una buena dosis de locura era un regalo del cielo que se desparramaba sobre el resto de los mortales. Al menos, los que estaban más cerca.
Concha Baras estuvo allí en este primera jornada y lo estará en la segunda. Ese congreso, en cierto modo, tiene más de homenaje a Concha de que de congreso sobre baile. No porque se haya programado así, sino porque se desarrolla de forma espontánea de esa forma.
Las anécdotas, los sucedidos, los chascarrillos que son verdad sobre esa época casi bohemia o bohemia entera, están conformando un paisaje que identifican los que lo vivieron de cerca y desde menos cerca y de esa forma, buscando una justificación mayor para estas jornadas, casi podría hablarse de un congreso sobre una época.
En la última de las mesas redondas de este miércoles faltó Felipe Scapachini por un problema de salud –leve- y estuvo presente en la pantalla y en los recuerdos de los músicos de Concha Baras la figura y el nombre de Manuel Monje Cruz, el símbolo de los cantaores de atrás que han sido y serán siempre en La Isla.
Anteriormente, quienes siguieron los pasos de Concha Baras y ahora se traen los premios a esportones de los certámenes a los que van –y eso no pasa por casualidad- hablaron sobre el baile, la enseñanza y los problemas. Las satisfacciones también.
Todo había comenzado con el acto institucional de bienvenida al Centro de Congresos por parte de las autoridades. Como Dios manda y en la jornada de este jueves, tras la primera de las mesas redondas, Manolo Casal entrevistará a Concha Baras para hablar del pasado. Y del futuro.
Concha había dicho a los micrófonos de Radio La Isla, que está llevando el congreso a todos los aficionados, que si pudiera pedirle algo a la vida le pediría otra vida. Se refería a lo que podían haber conseguido en aquellos tiempos si hubieran tenido los instrumentos de promoción y de proyección que existen en la actualidad.
Viendo lo que consiguieron hace más de treinta años y lo que siguen consiguiendo las academias que están, ya se puede imaginar cómo serían los beneficios.