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Hablillas

La parada del autobús

Sobre el mamparo verdoso de metal está escrito: El gato se enamoró tanto que negoció sus siete vidas por vivir una sola a su lado.

Publicado: 17/09/2018 ·
01:23
· Actualizado: 17/09/2018 · 01:23
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Se trata de un espacio breve, a menudo con una marquesina que protege la paciencia, la angustia, la espera en suma de quien necesita el traslado. La hablilla de hoy no va a ser un listado de errores ni un pliego de denuncia. Los usuarios habituales del transporte público sabemos de quién es la culpa. El gamberro que las destroza o el grupo al que pertenece, solo desean el extraño gozo que les causa la descarga de ese rato de maldad contra una estructura que no molesta, sino que refugia, que no entorpece sino que aporta facilidad y unos minutos de descanso antes de continuar. Perjuicio, civismo, educación no constan, no existen en sus cerebros. En fin.

Durante el tiempo que estamos bajo su protección, limitados, cariñosamente sitiados por las tres paredes transparentes, el pensamiento intenta ponerse en orden, repasamos los asuntos a gestionar, una cadena que corta el ruido de una moto cuyo piloto emula a Ángel Nieto, con todo respeto, o el paso de algunos coches como una exhalación. Con un suspiro todo vuelve a la normalidad, la gente que va llegando, la chica que mira el móvil y se echa a llorar, la idea que viene en forma de insulto por la cobardía de un malnacido, el arrepentimiento inmediato porque a lo mejor no es eso, que el pensamiento se desmanda y le falta el tiempo para concluir fantaseando, que menos mal que las ideas están escondidas. Entonces la cara se vuelve despacio, con disimulo, para no herir al ser desconocido que se nos ha instalado ahí dentro y los ojos se detienen. Se paran en seco en una frase sin firmar que dulcifica el momento hasta el extremo de extraviar lo acontecido y dar un giro a la espera.

Sobre el mamparo verdoso de metal está escrito: El gato se enamoró tanto que negoció sus siete vidas por vivir una sola a su lado. Cae un silencio que aísla, porque no es corriente ver un detalle, una muestra de sensibilidad en medio de tanto barullo. Es como abrir una grieta en la rutina para que corra esa pizca de aire fresco que estimula como un tónico. Al subir al autobús también sube la frase, porque ya forma parte de una idea que empieza dar botes de un lado para otro, aunque se sepa que va a aparecer en la pantalla tras un golpe de clic, que la autoría probablemente será inventada, que tendrá miles de versiones y comentarios tildándola de ñoña, sosa, tópica, recurrente, floja, horrible. Bien, pero lo cierto es que no ha dejado indiferente. Y eso es mucho. No sólo para la parada del autobús.

 

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