El final del verano se resiste a llegar, como suele ocurrir por San Miguel, conocido desde hace unos años como veroño. Esta quinta estación que le dicen, se ha colado un par de veces entre estos renglones y hoy lo hace de refilón intentando despedir al calor. A ver si se va, oímos por la calle entre suspiros y sacudidas de la ropa, pero lo hará cuando tenga que ser. Mientras tanto las ventanas se abren al atardecer para olvidar cerrarlas al caer la noche. El aire corretea por la casa refrescándola, esparciendo el olor inigualable de este tiempo: el del barro seco con el punto de humedad que le da la tarde que se acorta, el que vuela por la noche aún cálida, el que sale de las marisma nublando débilmente la mañana por la que brilla la pulpa verdosa de los higos chumbos. Es la señal del cambio de tiempo, aunque la temperatura rebase la habitual, aunque el colegio haya empezado, aunque breguemos con la galbana mientras ruedan los membrillos. El mercado matiza los colores que se ofrecen en los puestos y los frutos secos nos trasladan a otro tiempo, cuando la salida a la calle no iba más allá del escalón de la puerta donde cascábamos los piñones, las nueces y las almendras, cuidando de no golpearnos con la piedra. Era como estrujar los minutos, cuyo ruido sordo y breve acallaba la conversación infantil. Una vez hecho el trabajo, los comíamos alrededor de la mesa de la cocina, después de la merienda, por si la lluvia se acercaba demasiado al día del Cerro. Era algo impensable, no podía ocurrir porque entonces se convertía en una jornada normal, con el nombre correspondiente al orden de la semana, perdiendo su identidad.
Con los años se rescató la Historia y la romería cambió de día, detalle que en principio no agradó, sin embargo se asumió y el tiempo le reconoció lo que nunca perdió. Satisface apreciar que la tradición sigue entusiasmando, que continúa para dar al domingo cercano a la fecha el tono ideal del otoño. Un día de asueto en el que disfrutamos de un lugar especial, donde descansa y se enfría la luz que mira al mar antes de deshojar los árboles que luego serán de sol, como escribió el poeta. En ellos, al mirarlos, colgaremos los recuerdos.
Deseamos un resuello para llenarnos de frescor y de energía, para aclimatarnos al cambio cuya brusquedad será como un azote, como cuando nos castigaban sin salir. Será el momento para escuchar la melodía que baila con la evocación.