La semana pasada les apuntaba que, de cara a la sucesión de citas electorales que tenemos por delante, iba a ser más útil leer a determinados analistas políticos que los programas de cualquier partido, a causa de la relevancia que han terminado por darle esos mismos partidos a las figuras de los asesores de comunicación; a no ser que entendamos el gesto de ir a votar casi como un acto de fe: votar con el corazón en la mano o con la mano en la cartera, sin importar ni el discurso ni el candidato.
En 2015, Carlos Chaguaceda, actual director de comunicación del Museo del Prado y gurú de referencia tras su paso, entre otras, por Coca Cola, publicó el libro Tú puedes ser noticia, un manual con el que desvelaba las claves, las reglas y los trucos del marketing mediático para desarrollar estrategias de comunicación más efectivas. Ese libro -como resaltó en su día Rubén Amón- dedicaba un apartado a las campañas electorales en el que se recogía una especie de decálogo infalible para los partidos que presenten candidato a unas elecciones y que ahora podríamos tener muy presente de cara a las municipales, donde siempre se ha dicho que el candidato suele estar por encima de las siglas.
Según Chaguaceda, si un candidato quiere triunfar en unas elecciones debe cumplir con el siguiente código: en primer lugar, la cara es el mensaje. Segundo, los gestos son tan importantes como las palabras. Después, no hay que ser simpático, sino empático, y, por supuesto, creíble, verosímil y sincero; tener personalidad; no confundir la originalidad con la ocurrencia, ni tampoco la seriedad con la arrogancia; actuar con coherencia y saber ceder; dar titulares apoyados en datos no en frases hechas; y no estar tan pendiente del adversario como de los electores a los que se dirigen.
A partir de ahí les invito a hacer un juego: apliquen cada una de las cualidades recogidas en dicho decálogo a cada uno de los candidatos que vayan a presentarse a las elecciones municipales de su ciudad para comprobar si cumplen con muchas o pocas de ellas, incluso a saber distinguir entre las que son innatas y las que son impostadas, y a diferenciar asimismo entre los candidatos que parecen seguir consignas y los que lo hacen por libre albedrío.
En realidad, y pese a que persiga el éxito en las urnas, se trata de un decálogo trampa, puesto que en la mayoría de los casos obliga al interesado a no ser él o ella misma, sino a construir una marca a partir de su nombre, como si se tratara de un perfume o de un deportivo, con lo que hasta el final no sabremos si hemos terminado por elegir una colonia o un coche de segunda mano. Hay una circunstancia más: no habrán podido aplicar las reglas en algunos candidatos porque, a dos meses de las elecciones, todavía no se conocen, lo que pervierte o condiciona el propio análisis, desde el momento en que hay determinados partidos que consideran el estado de su marca más saludable que el del propio candidato que puedan presentar.
Está ocurriendo en muchos municipios con Ciudadanos y con Vox, y en ambos casos condicionados por los resultados “históricos” que lograron en las pasadas elecciones andaluzas a nivel local, aunque vividos con distinto enfoque. Para la formación naranja, la elección del “mejor candidato” pasa por una prioridad, el de un “fichaje estrella”, convertido en el valor añadido que necesita para terminar de consolidar su protagonismo en los plenos de los ayuntamientos y, de ahí, dar el salto también a la Diputación. Para Vox, por controlar la situación y evitar los intrusos: desde las andaluzas, sus representantes a nivel local y provincial tienen prohibido hacer declaraciones sin autorización superior.
Si nos atenemos al comportamiento del electorado en las municipales, tanto Ciudadanos como Vox llegan tarde para alcanzar los objetivos marcados, incluso con escasa trayectoria como para haber afianzado la afinidad hacia su voto, pero la nueva realidad política parece haber dejado todavía varios capítulos sin escribir, pendiente de un desenlace que sigue en manos de algún asesor espabilado, salvo que votemos en masa con el corazón o con la cartera.