La calle recibe de nuevo los pasos inquietos que llevan al colegio. Para algunos alumnos será el último curso y para otros el primero, el momento de enfrentarse a un mundo grande al que se entra por un pasillo muy largo que huele a goma de borrar, a virutas de lápices y a plastilina. Los que se van, dejan la parte de su vida que subió y bajó tantas veces por las escaleras. Se llevan muchas cosas, un puñado de recuerdos y su carácter, que han ido formando las dos familias que les acompañarán siempre, la propia y la elegida.
Los que empiezan, entran con más miedo que ilusión, para llegar a las vacaciones del verano siguiente echando de menos el recorrido tempranero por la acera. Estos días se oyen sus llantos a esa hora en que por la cocina ondea el silencio de la madurez con olor a pan tostado desbocando los recuerdos: el babi sobre el brazo menudo, aún tibias las rayas de las mangas; los zapatos blancos, relucientes como dos copos de nieve; el peto de la marinera escondiendo el encuentro de las costuras bajo el nudo del corbatín; la falda plisada con la cinturilla doblada hacia fuera, a fin de aumentar el largo cada curso sin tener que coser; el pelo rociado y peinado con agua de lavanda o colonia de limón y canela.
Vuelven los nombres de las profesoras, las charlas a sus espaldas, el crótalo de las monjas, el miedo al cálculo mental y la satisfacción por haber terminado el primer dictado sin faltas de ortografía. Los inicios son los mismos para todos emocionalmente hablando. La maleta con ruedas, el aula matinal, el comedor y la media jornada, como ejemplos, van de acuerdo a los tiempos y al compromiso laboral. Después de las actividades vespertinas, la ducha y la merienda, los niños siguen abriendo un bloc y escribiendo entre cuadrículas, aunque un guerrero vigile desde la cubierta con una pica medieval; memorizan las asignaturas echando mano del cuadro sinóptico en vez del subrayado en el libro; juegan y se caen en el recreo, porque corretean y son pocos los que calientan la grada; se hacen un poco el loco en gimnasia, como todos alguna vez, se quedan hasta tarde preparando los exámenes, cultivando el principio de responsabilidad y durante el fin de semana hay tiempo para partidas en la consola y trozos de pizza, para una película de animación de Walt Disney o con los animes de Mamoru Hosoda, según la edad, en torno a un cubo de palomitas.
Es el reencuentro con lo de siempre que cumple años modernizándose. Nosotros, canosos o con el pelo ralo, también. A esta inquietud la conocemos como el arte de no envejecer. Y está en un libro, conque…