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“El humor sirve para decir cosas terribles de forma educada”

El escritor Felipe Benítez Reyes ha comisariado este año el Congreso de la Fundación Caballero Bonald, que ha abordado la relación entre humor y literatura

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  • Felipe Benítez Reyes -

El escritor Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960) ha publicado este año el ensayo El intruso honorífico, aunque esta semana ha sido noticia por comisariar en Jerez el Congreso de Literatura de la Fundación Caballero Bonald, que ha abordado la relación entre el humor y la literatura.

¿Qué función tiene el humor en la literatura?

—Más que una función específica, tiene funciones múltiples. Depende de la intención de quien lo ejerza y con qué intención lo ejerza. Existen muchos tipos de humor. Hay muchas variantes y eso va con el propósito y el carácter de quien lo ejerce. No es lo mismo el humor de Cervantes que el de Quevedo, por buscar dos paradigmas claros. Pero gran parte de la literatura de todos los tiempos y de todos los países y todas las lenguas tiene una representación o una puesta en juego del humor como elemento aplicado a las ficciones, o a la poesía, ya sea con intención satírica o moralista. El humor no es sólo hacer reír, no es la meta, sino un vehículo para llegar a otro sitio. A veces el humor sirve para decir cosas terribles de una manera educada. El humor también actúa como conservante de la literatura. Tiene una capacidad de pervivencia gracias al sentido del humor, mientras que la solemnidad envejece antes.

 

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¿Por qué se elige esta temática para el Congreso?

—Por la importancia y el relieve que tiene en la historia de la literatura el tratamiento humorístico de la realidad, y es una determinada manera de enfocar el propósito de una obra. Y como era un tema que no se había abordado, pensamos que se podía hacer desde diferentes facetas, incluido por ejemplo las letras de carnaval, que son una variante literaria y a veces muy compleja. También el tratamiento del humor en las vanguardias históricas. Y hemos elegido a autores que tienen una relación directa con el humor. Tras confeccionar el programa dije que deberíamos haber traído a un antihumorista, al hombre más serio y malage del mundo, para que diera su contrapeso y su visión negativa del humor, pero se me ocurrió después y no había remedio.

¿El humor tiene límites?

—Yo creo que eso es algo que te dicta el propio instinto de prudencia de la persona. A veces las redes propician una opinión en caliente sobre un asunto y puedes terminar diciendo un disparate. Creo que cualquier juicio requiere un proceso previo de enfrentártelo a ti mismo. A todos se nos puede ir la mano, y más aun hoy al poder universalizar una opinión o un chiste sobre algo. Lo que actúa es la prudencia cuando se trata de una ocurrencia espontánea. En una obra más elaborada se supone que la intención es reposada y es voluntad y deseo del autor en cuestión. Pero creo que el humor debe tener límites, no tiene por qué incidir en lo grotesco del ser humano o de la realidad, sino que tiene también una medida correctiva.

En el programa, por cierto, no se ha abordado el tema del humor en redes sociales. ¿Hay poca literatura en las redes?

—Lo que hay son muchas ocurrencias.

Acabamos de verlo con la exhumación de Franco.

—Precisamente, en el congreso, hablando con El Selu, me decía que se le ocurría una cosa y se asomaba a las redes y veía cuarenta cosas que le parecían mucho más ocurrentes que la suya. Y eso es habitual. Hay mucho talento oculto, para esa chispa y ese golpe de ingenio, y hay cosas que me hacen mucha gracia, cuando no son hirientes. Hay veces que el humor sirve de instrumento de odio o falta de empatía, cuando hay una especie de disentimiento moral.

¿Se puede escribir de algo así con humor?

—Supongo que sí. Y lo habrá. Yo me he propuesto no leer nada de este asunto, pero se presta mucho. Solemos recurrir mucho a Berlanga cada vez que se da alguna situación disparatada y esto tiene algo de Berlanga, de su cine. Se puede tratar con humor, mientras no resulte gratuitamente ofensivo. 

Ha mencionado que no había querido ver nada del tema de Franco, ¿por qué?

—No tenía ganas de ver un segundo entierro de Franco. Ya vi el primero y ya un segundo me parece redundante.

Pero sí le parece un día importante...

—Eso sí. Importante, pero muy tardío. Es un signo de normalidad democrática, pero creo que hemos tardado demasiado, tal vez por un sentido exagerado del temor por parte de otros gobiernos, de pensar que remover ese símbolo era remover una esencia turbia de la sociedad española. 

¿Qué hay de esencia de Caballero Bonald en esta edición del Congreso?

—Él es un poco como el santo patrono de la casa, y aunque por cuestiones de edad no nos puede acompañar en el congreso, está presente ahí y tiene contacto diario con el personal de la Fundación. Es muy importante para Jerez contar con un centro de actividades literarias. Este congreso tiene mucho relieve, son ya 21 ediciones, y las plazas de inscripción se agotan, por lo que habrá que ir pensando en ampliar el espacio de celebración.

Usted tira mucho de ingenio y de ironía en sus artículos...

—Qué remedio. Si no recurres a eso corres el riesgo de soltar el sermón y procuro no dar sermones. Procuro hacer un análisis de la realidad que intente ser certero, pero dicho sin gravedad. Hay que evitar la opinión en caliente. La realidad es muy compleja, es una espiral, no es una línea recta que ves cuánto mide, sino que tiene muchas ramificaciones, y además hay un espacio muy corto para expresar lo que quieres decir. Empecé a colaborar en prensa en el año 95 y desde entonces lo tengo ya como una costumbre.

¿Cuál es su relación con las redes sociales?

—Yo lo entiendo como una plataforma. Por otro lado, el mundo funciona por paradojas en gran parte, y ahora que tenemos más posibilidades de información, la gente está más desinformada, me da la sensación. Dispones de toda la prensa del mundo a un golpe de botón, y sin embargo hay mucha prevalencia de las noticias falsas e interesadas. Hay una actitud favorable a creerte más una noticia falsa que verdadera, a no saber distinguir o a leer entre líneas según sea un periódico u otro, o una firma u otra. El mundo de la información tiene sus complicaciones. Yo me limito a ser un articulista que opina, lo mismo de las nubes que pasan que de un asunto político de actualidad. Por suerte no me imponen nada.

¿Cómo ve la realidad política de nuestro país, la falta de acuerdos, la escenificación...?

—La veo con un ligero estupor, y creo que esto no ha hecho más que empezar, porque cuando tengamos el resultado de las elecciones vamos a quedarnos igual que estamos o peor. El margen de maniobra que se están dando los políticos entre sí es muy corto y las posibilidades de acuerdo van a ser difíciles, y si realmente alguien piensa que vamos a volver al tiempo de las cómodas mayorías absolutas, creo que se equivocan mucho. Los políticos van a tener que hacer mucho ejercicio de cintura si quieren hacer este país gobernable. Ante eso no quiero ser profeta, pero creo que lo que vanga puede ser peor.

¿Y cómo ve la literatura ahora , por qué momento pasa?

—En todas las épocas se va repitiendo un poco el esquema. Hay autores reconocidos que lo son por sus méritos, otros por cuestiones comerciales, autores secretos que tienen mucha valía pero que no encuentran su público hasta generaciones futuras. Si nos ceñimos a la escala nacional, está en un buen momento. Se están planteando otras alternativas, con muchas corrientes emergentes, muchos escritores que quieren romper con lo anterior e inventar algo nuevo. Después todo el mundo acaba inventando lo que ya estaba inventado. Todo es una reinvención, pero todos nos hacemos la ilusión de que estamos añadiendo un matiz nuevo a la larga tradición literaria. Creo que la literatura española tiene buena salud.

Una persona que escribe poesía, novela, ensayo... ¿cada género tiene que ver con una edad concreta?

—Yo suelo alternar, porque vas desarrollando una especie de instinto estilístico. Si tienes una ocurrencia, porque en la literatura hablamos de inspiración, pero eso no existe, lo que hay es una pequeña ocurrencia, y te encuentras con un hilo y vas tirando a ver qué sale de ahí. El instinto ya te dice si te sirve para un poema, para un relato corto, o para un artículo. Uno se crea su librillo interno. Sin regla fija, pero sí guiado por ese instinto desarrollado por los años.

 

 

 

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