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Lo que queda del día

Tras la tempestad no llega la calma

Desde Cáritas se citó aquella frase como una alerta en mitad de la niebla para los que pensaban que la crisis ya había pasado

  • Presentación de la campaña de Cáritas del Día de las Personas Sin Hogar -

Francisco Domouso, director de Cáritas Asidonia Jerez, llegó aquel día al estudio de televisión con una carpeta en la que contenía los datos más relevantes de la memoria del último año. Dentro, en una lámina suelta, se veía la imagen de una tormenta o un naufragio y, sobreimpresionada sobre la misma, la frase “Tras la tempestad no llega la calma”. Fue hace un par de años, y durante aquella entrevista citó aquella frase como una alerta en mitad de la niebla para los que pensaban que la crisis ya había pasado. Puede que lo hubiera hecho lo peor de la crisis, pero su dentellada había dejado numerosas secuelas y heridas sociales sin supurar, y, por supuesto, la recuperación seguía sin llegar por igual a todo el mundo.

Una de las consecuencias de esa crisis ha sido la “cronificación de la pobreza”, como ya avanzaba esa misma memoria de Cáritas y de la que da testimonio el incremento de personas sin hogar que han quedado marginadas o desprotegidas por un sistema que, a veces, da la sensación de ignorar las indicaciones que los propios colectivos sociales les hacen llegar a través de informes y propuestas a partir de su contacto directo con esa inevitable realidad.

Este domingo, con motivo del Día de las Personas sin Hogar, la emblemática ONG ha vuelto a poner de manifiesto, con datos y razones, que, efectivamente, no hubo calma tras la tempestad, sino consecuencias plagadas de aristas cortantes que dejan a la vista nuevas heridas sobre el mapa de la realidad que nos rodea. Como anticipo: se ha incrementado el número de jóvenes sin hogar, y entre ellos se encuentran muchos de los inmigrantes excluidos de los centros de menores una vez que cumplen los 18 años, pero también víctimas del fracaso escolar (que lo es también del sistema o la oferta educativa y formativa), que tampoco encuentran alternativas para incorporarse al mercado laboral. Una cifra lo pone de manifiesto: el 36% de los usuarios del Comedor El Salvador en Jerez tienen entre 18 y 25 años; edades en las que no basta con darles comida y cama.

Hay más datos incómodos, como que en la Andalucía de las oportunidades hay en este momento 1,5 millones de andaluces en situación de exclusión social, de los que un 9,2% sufren exclusión social severa, aunque, como suele ocurrir, los que verdaderamente incomodan son los datos que proceden de la macroeconomía. Basta pronunciar la palabra y es como si todas las letras se atropellaran unas a otras dentro de la boca en busca de una salida de emergencia. Habrá que hacerlo con tono grave y pausado. Pueden ir ensayando por si tenemos que volver a la época en la que en el mercado se hablaba más de la prima de riesgo que de los líos de Isabel Pantoja.

Lo cierto es que esos datos que suelen manejarse con tanta frialdad no hacen sino dar sentido a las advertencias en torno a la tempestad, de la que sólo paracen haber tomado nota las familias y las empresas; las primeras, a través del ahorro y, las segundas, afrontando el corto plazo con una enorme cautela. Del Gobierno en funciones, ni rastro, salvo sus inasumibles promesas electorales y sus beatíficas lecturas de la EPA: sólo les falta recurrir a Van Gaal para ahuyentar a los que lo ven todo “negativo, nunca positivo”, pese a su imprescindible participación en la grave ecuación de incertidumbre en la que nos hemos instalado, y en la que a la inestabilidad política pueden sumar el brexit, la crisis catalana, la guerra arancelaria con Estados Unidos y el retroceso en la creación de empleo.

Incluso si Boris Johnson renunciara a la salida de la UE, Donald Trump se mostrara dispuesto a forjar una party love con nuestros agricultores, y a Quim Torra se le cayese finalmente la cara de vergüenza, todavía nos quedaría por delante una cita electoral que se presenta como una invitación a pasar una temporada más en este bochornoso laberinto del desacuerdo, víctimas de quienes sólo saben interpretar los deseos del electorado bajo sus propios intereses, cuando lo que parecen necesitar es a un hombre del tiempo que les pase la predicción.

Ahora lo llaman recesión, no crisis -es importante tener presente el matiz-, aunque no cuentan con que tenemos memoria. La suficiente como para reconocer que después de la tempestad sigue sin llegar la calma.

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