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Notas de un lector

La alegría del mar

Déborah García (1971), ha recreado en “Te doy el mar” (Rialp. Colección Adonáis. Madrid, 2019) un bellísimo poemario por el que ha obtenido el premio “Alegría”.

Publicado: 23/12/2019 ·
12:37
· Actualizado: 23/12/2019 · 12:37
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Prendida frente la orilla de un nombre y de un mismo sortilegio, Déborah García (1971), ha recreado en “Te doy el mar” (Rialp. Colección Adonáis. Madrid, 2019) un bellísimo poemario por el que ha obtenido el premio “Alegría”.

      Esta cubana tiene editados ya tres libros de versos -uno de ellos para niños-. En esta ocasión, su memoria convoca las imágenes pretéritas y presentes que el mar ha ido dejando entre sus labios. Anclada en las remembranzas que antaño fueron dicha, va comprendiendo ahora el relumbre de cuanto fue deseo, incendio primero en las horas de su infancia. Y junto a ella, escenarios donde se desbordó la espuma, territorios donde hubo silencios, protagonistas que sonríen aún al ayer, arenas impredecibles que remueven la sed de los días: “Apenas una niña viviendo el paraíso de una casa en las aguas,/ las olas rebotando en la madera húmeda del suelo/ y en las tardes los muelles que se internaban largos en el mar…”.

     “El sitio de la dicha”, “La felicidad no vende” y “Casa con mar al fondo” son las tres secciones que signan el volumen y en la cuales se adivina el personal alfabeto de Déborah García, el sabor delirante y madrugador del salitre, del mangle, de las olas. Porque tras la marea de su ojos respiran aún los ensueños y realidades de la ausencia y la distancia,los signos y huellas que perduran entre la fugacidad. Caben también evidentes retazos vitales, dibujados a  la luz de un acontecer y de un espacio que se hacen comunes, próximos: “Así, el regalo simple y jubiloso de poseer el mar,/ y dentro, la armonía, el cálido refugio,/ y dentro, la raíz honda de este deseo/ la vocación de ser de esos muy raros dioses/ capaces de crear para sus criaturas universos/ felices,/ milagro que parece tan sencillo pensándolas allí,/ en su reino perfecto sobre el gua”.

    En su mapa del alma, la escritora de Santa Clara desvela los temores del yo ante lo perecedero de su propio ser, ante los relojes que persiguen los fantasmas del tiempo, ante las heridasde lo ingobernable. Su verso se sustenta sobre un versículo muy bien acordado y se sumerge en las esquinasintermedias del lector, como un impulso imperioso para comunicar con lo externo su propio interior: “Fluyente y silenciosa/ hallaré la quietud entre las blancas aves;/ pequeñas islas negras al borde  de mis alas/ mostrarán a lo lejos que he crecidocuando sobre el oleaje recuperemi sitio / finalmente”.

En ese viaje iniciático de ida y vuelta, lo sensual se entremezcla con la reflexión, el amor con lo tangible, y frente a estas piezas de un collage que retan a lo unívoco, se vertebra, en suma, un poemario coral donde se concentra la existencia, la infinita deuda con el mar, la alianza con la poesía como mejor proceso de salvación cotidiana: “Te doy el mar distante,/ el mar que es mar,  océano, misterio que subyuga,/ un espíritu vivo que clama por el mío/ y lo despierta (…) la libertad del cuerpo para tocar el aire/ por todos sus contornos,/ la alegría del mar”.

 

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