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El jardín de Bomarzo

El valor de lo esencial

El término esencial ha irrumpido en nuestras vidas como un huracán nacido en el mar que cuando toca tierra arrasa con todo

Publicado: 01/04/2020 ·
12:15
· Actualizado: 01/04/2020 · 12:15
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Bomarzo

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Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"Gracias a la vida, que me ha dado tanto, me ha dado la marcha de mis pies cansados. Con ellos anduve ciudades y charcos, playas y desiertos, montañas y llanos. Y la casa tuya, tu calle y tu patio". Violeta Parra.

El término esencial ha irrumpido en nuestras vidas como un huracán nacido en el mar que cuando toca tierra arrasa con todo. Hay que partir del principio de que este Covid-19 nos está volviendo la vida del revés y lo hace en esferas que antes no pensábamos, nos obliga a resetear nuestro orden de prioridades. Desde que los españoles tomaron conciencia de que se avecinaba algo de enorme calado, desconocido, una mayoría se lanzó a comprar comida en abundancia porque si hay algo consustancial a un ser viviente es la necesidad básica de alimentarse. Esto es y será siempre esencial. Pero no pudimos ni imaginar la realidad de lo que venía, un confinamiento impensable,  desconocido para todos que ni tan siquiera en la memoria de nuestros abuelos existe. Guerra sí, confinamiento nunca. Por tanto, todo es nuevo y lo nuevo genera curiosidad y pánico en función del día, casi del momento. El obligado cambio de vida de un día para otro nos quitó de un plumazo cosas que venían formando parte de nuestra rutina y que inconscientemente las teníamos como esenciales y, a un ritmo vertiginoso, todo se ha desplomado, nos hemos visto forzados a cambiar las prioridades y esto nos abre los ojos a lo esencial. 

¿Quién ahora duda que lo esencial es la salud y, por tanto, quienes cuidan de ella? ¿Quién ahora duda que la solidaridad humana es un pilar fundamental para salvar la sociedad? 

Vivimos sin fiestas, reuniones lúdicas y otros desahogos sociales, pero ahora más que nunca sabemos que lo importante son los seres a los que queremos, sentir su cercanía aunque sea a través del teléfono o redes y por encima de todo anhelamos el momento de los abrazos, de besos sin temor a contagios. Sentimos con nitidez que eso es esencial. 

Nos damos cuenta que hay mucha banalidad a nuestro alrededor, cosas que antes entendíamos básicas y ahora carecen de importancia porque son prescindibles y otras, pequeñas, que alcanzan una dimensión estelar. Puestos a valorar este virus nos sitúa en el vértice de lo esencial, en determinar qué lo es. Individualmente hacemos un ejercicio de aquello realmente imprescindible, socialmente profundizamos en cuestiones como solidaridad y en la necesidad urgente de que colectivamente preservemos la especie y, laboralmente, quedan al descubierto aquellos oficios que son esenciales, aquellos que no tanto, también cuántos puestos de trabajo serían suprimibles sin que la sociedad, la administración pública o las empresas privadas los echasen en falta. Por tanto, ¿cuántos puestos de trabajo en una situación crítica como la actual son prescindibles sin que se vea afectada la productividad nacional? ¿Cuántos en el sector público? ¿Cuántos en el privado? ¿Por qué ninguna administración ni tan siquiera se ha planteado presentar un ERTE al menos en empresas públicas hoy sin actividad alguna? ¿Es posible -no solo imaginable o deseable- un ERTE para el sector político? ¿Por qué no?

Hasta hace poco más de dos semanas los empleos esenciales para nuestra vida provenían del estrellato deportivo o la farándula, estrellas del fútbol, cantantes de moda, youtubers del momento, actores. Personas con mucho mérito, nadie lo discute, y con sueldos astronómicos gracias al interés que despiertan en millones de personas y fruto de lo cual logran ingresos de ingentes cantidades de dinero. Un virus chino logra en días que pasen a tercer plano y los esenciales sean otros: personal sanitario, fuerzas de seguridad y armadas, reponedores de supermercados y cajeras, empleados de gasolineras, recolectores del campo, barrenderos, periodistas. Sectores que, siendo los verdaderamente esenciales, curiosamente y en general mal pagados, han sido denostados socialmente porque parecía aderezado a ellos una mala consideración social y todos hemos visto encararse con un enfermero, recriminar a una cajera, casi despreciar al barrendero por su relación directa con la basura y, en general, sospechar del periodista por casi todo. Ahora lo esencial es, entre otras cosas, que nos curen, nos provean de alimentos, un entorno limpio y nos cuenten la verdad. Quizás aprendamos esta lección.

Ahora comprobamos que nos faltan médicos, enfermeras, investigadores farmacéuticos, biológicos y químicos. Si las retribuciones de estos profesionales fueran tan sólo la mitad de las astronómicas de los futbolistas o artistas, haría un efecto llamada a muchos jóvenes y con seguridad habría muchos más profesionales de estos sectores; también si las televisiones realizasen una labor más educativa en este sentido en vez de dedicar tanto tiempo a basura insustancial que nada aporta a nuestras vidas. Ahora a quién interesa el cotilleo de una tonadillera, oírlo confinados resulta casi ridículo.

Muchas son las lecciones que estamos aprendiendo y cuando nos libremos del virus no deberíamos olvidar. Todos. Valorar en su justa medida lo esencial de la política, que es gestionar con eficacia los servicios que se han de prestar al ciudadano como servidores públicos y no aquella sustentada en un marketing estratégico de escaparate y trajes a medida. Hasta ahora todo el peso de esta crisis lo están soportando los ciudadanos y las empresas y, mucho me temo, seguirá siendo así porque la política y su entorno parecen los únicos sectores a salvo. Incluso a ningún diputado o senador se le ha ocurrido renunciar a su sueldo, aunque sea a la cuantía que supere el salario mínimo para ellos; ahora sin trabajar mantienen un nivel de vida blindado. Si nos paramos a pensarlo, diputados y senadores tanto de las Cortes como de todas las cámaras autonómicas son el único colectivo de nuestra sociedad que mantiene su retribución pagada por todos sin realizar trabajo alguno. Los que se suponen representan al pueblo desde luego no están representando la realidad que estamos viviendo, al menos hasta ahora. Y ello nos puede hacer pensar el nivel de esencialidad de todos los estamentos políticos tal como están configurados. Como también el sistema autonómico, que ahora más que nunca nos aflora la duda de si requiere un cambio porque ante una crisis sanitaria como la que vivimos lo esencial es el Estado. Lo mismo ocurre con las Diputaciones, que parecen en su mayoría desaparecidas en la gestión de esta crisis y, por contra, en los ayuntamientos está recayendo el peso de los servicios básicos y de cubrir las necesidades de las personas vulnerables y en situaciones desfavorecidas.

Y si hablamos de los puestos de cada una de las administraciones públicas resulta interesante conocer el listado que cada una ha tenido que hacer sobre lo que es esencial. Comprobaríamos que el aparato administrativo, en casi todos los casos, está sobredimensionado y que para el funcionamiento esencial de las mismas sobra mucha gente y hay infinidad de actividades innecesarias -que pagamos todos-. Claro está que ante la pregunta lo recurrente siempre será el deber político de no destruir empleo, pese a que este sea en parte innecesario y que se costean con esos impuestos de cuya campaña de renta ha comenzado justo ahora; ya que tenemos que pagar, podrían dedicarse a otros sectores que ahora comprobamos son los verdaderamente esenciales. Por tanto, distribuir mejor los recursos sería uno de los objetivos del necesario cambio.

En la empresa privada el empresario que se juega sus cuartos mide bien cómo y tras esta situación se apretará un par de agujeros el cinturón para concluir que, pese al apriete, respira, ante lo cual se agarrará a lo que realmente es esencial para mantener su actividad. Al menos el que sobrevida porque el panorama para ellos es desolador. 

Es como si el virus hubiese venido en la idea de instalarse y propiciar una limpieza general, étnica de conceptos, de prioridades, de empresas y oficios esenciales, de personas; de las que viven porque son asintomáticas o porque su fortaleza física es apta y de aquellas que, por desgracia, deben morir porque forman parte de un parámetro matemático y en este viaje tenebroso el mundo debe desprenderse de cientos de miles. Quizás más. También otros tantos fenecerán no orgánicamente sino social, laboralmente. Una criba en toda regla.

Con el cese completo de la actividad, seguramente necesario para contener la pandemia y evitar el colapso sanitario, entramos en un túnel oscuro de incalculables consecuencias ante la parálisis de toda actividad económica, empresarial y, hay que tener en cuenta, de esa economía sumergida de la cual vive en parte la población en España, en Andalucía, de la provincia de Cádiz, esa que le da a mucha gente de comer y que se para en seco. Stop al trapicheo. Y cuando la gente no tiene para comer pasa lo que ya amaga en Italia, llamadas a la revuelta. La solidaridad llega justo hasta donde empieza el hambre. En general los líderes del mundo están mostrando su gran incapacidad para gestionar esta pandemia y las consecuencias económicas que genera y el argumento de que para esto nadie estaba preparado tiene el recorrido bien corto porque ellos deberían estarlo o al menos medio estarlo, son el Estado y no los fundadores de una peña flamenca. A lo largo de la historia no es la primera vez que sucede. Nuestra pregunta hoy es cuándo terminará el confinamiento, pero la cuestión esencial es cómo será la vida a partir de ese momento y si realmente esta valoración de lo esencial que hoy hacemos servirá para construir el mundo que se nos viene encima.

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