No hay cofrade que no sueñe con una Semana Santa eterna, con levantarse una y otra vez sin que avancen las hojas del calendario. No hay cofrade que no anhele disfrutar del extraño privilegio de abrir los ojos a un mismo día: ese que se marca en rojo en el almanaque en cuanto pasa la Pascua y toca mirar hacia un futuro que entonces parece casi inalcanzable. Con tener la sensación con la que Bill Murray se despertaba una y otra vez en Atrapado en el tiempo. Con repetir una suerte de ritual que le llevara hasta las mismas plantas de esa marmota que pertinaz anuncia que el invierno durará seis semanas más de lo previsto.
Jerez no es Punxsutawney y en sus calles no hay nieve, pero están frías y huérfanas, como asoladas por una explosión nuclear. Y la primavera se resiste a llegar siquiera en términos meteorológicos. La Semana Santa se escapa año tras año entre las manos, en un suspiro. Apenas se presiente cuando ya se ha ido. El cofrade quiere detener el tiempo, daría la vida por ser protagonista de ese fenómeno paranormal que permite que el calendario de Phil Connors no avance.
Ahora ese sueño particular se ha tornado en pesadilla colectiva. Es como si los cofrades jerezanos se enfrentaran cada mañana a la marmota y la nariz del roedor les condenara a vivir en una Semana Santa eterna de templos cerrados y calles solitarias. Porque ayer, que según el calendario fue Lunes Santo, se miraba al cielo desde temprano no con la preocupación de que apareciera la lluvia, sino con la inquietud de que se marcharan las nubes y apareciera el sol en el peor momento posible, a esa hora a la que las seis hermandades de la jornada debían plantarse en la calle.
Qué nivel ha debido alcanzar la pesadumbre para que los cofrades ansíen vientos y chaparrones en las tardes con las que siempre soñaron. Cómo debe ser la desazón para que a cada día que pase de esta semana infausta no empiece también a cundir la nostalgia, sino que cada hoja de almanacaída sirva ahora de bálsamo. “Menos mal, ya falta un día menos para que se acabe esto”, empieza a convertirse ya en la frase más repetida en mañanas y tardes que parecen interminables.
Los cofrades de otras seis hermandades superaron ayer el trance que les permite empezar a soñar con la primavera de 2021. Apenas unas oraciones a puerta cerrada trasladadas a los hermanos por la televisión o las redes sociales trataron de cubrir el expediente. El bicho dice que el invierno no ha terminado y que hay que seguir en casa. El tiempo se ha detenido coincidiendo con la Semana Santa que nadie quiso. El cofrade está atrapado en una pesadilla.