España es un país alegre y Andalucía además se ha eregido como cuna de la gracia. No tener sentido del humor te coloca en la casilla de los esaboríos, que es una especie de infierno, pero con gesto acartonado. Sin embargo el hecho no es tan sencillo. El humor corre de un lado a otro, desde la barra de un bar hasta las múltiples celebraciones, desde las sobremesas familiares a las mesas de trabajo y hay además un lugar donde surge como bonanza que se opone a la marejada, cuando no borrasca que toda muerte encierra. Es en el acto de velar a un cadáver.
Pero fuera de estos lugares cuando nos acercamos a la vida oficial y a la cultura sofisticada y de élite, no sólo pierde su importancia, sino que cae en ese pozo artesano que le fabricaron al bufón. Cuatrocientos sesenta y tantos miembros nombrados en la Real Academia Española, cuatrocientos treinta discursos y sólo cinco se refieren más o menos directamente al humor. En las sedes parlamentarias diversas, es raro que se pronuncien frases alusivas al mismo.
Me contaron un chiste que tiene su gracia y su verdad. Un pobre hombre, algo baladí, que no tenía un gran amor al trabajo pero si a los licores, juergas, mujeres y juego, en el que a veces se había dejado parte de su sueldo, murió y en el funeral, el ministro eclesiástico, en su homilía, comenzó diciendo que era un hombre de su casa, serio, trabajador, sólo pendiente de sus hijos y mujer. Tales fueron los elogios, que su esposa dijo al hijo menor: Acercate niño a la “caja” y mira si el que está dentro es tu padre.
Los homenajes, las despedidas, los discursos tras las jubilaciones, las presentaciones de todo tipo, las palabras dedicadas a los fallecidos y sobre todo los halagos inesperados, siempre siembran entre los que asisten a ellos ese clima de duda entre la vanalidad, la desconfianza o la posibilidad de un sentimiento cierto. Choca que te enaltezcan en un discurso diciéndote que tienes unas cualidades excelsas, el día que te jubilas o cuando se termina una labor, para la que ni siquiera has sido consultado. Es lógico pensar, si tan bueno soy cómo no me han utilizado cuando estaba en condiciones de hacerlo y de poder sobresalir y avanzar en mis conocimientos y profesión. Los elogios y los muertos siempre caen en un vacío silencioso.
Por eso me llamó la atención cuando hace días en el Parlamento el ministro encargado de la pandemia elogió, uno a uno a todos los partidos de la Cámara, opositores o no, aludiendo a excelsas cualidades personales de sus componentes. Este hombre de voz tímida y delicada, en consonancia con su rictus facial, parecía decir verdad. Quise creérmelo. La realidad vino a decepcionarme. ¿Si tan válidos eran cómo no se les dió la posibilidad desde el principio de intervenir con sus conocimientos para poder vencer la terrible pandemia? ¿Por qué no se halagó desde el inicio y no que sólo se desvelaron insultos e improperios? ¿Por qué no se reflexionó y se tomaron decisiones conjuntas y responsables, desde el mismo mes de febrero? ¿Y por qué no se ha realizado una verdadera autocrítica, en vez de querer presentarnos los hechos como una tarea triunfadora?
En la calle, medios de comunicación y redes sociales, pueden observarse las críticas existentes, desde el actuar muy tardía y desequilibradamente, en relación con las Comunidades Autónomas, lo que derivó en enormes dificultades para traslados hacia lugares con menos agobio de camas e instrumental, hasta la pobreza de todo tipo de material y protección a sanitarios. Coordinación e información muy opaca, que alcanza su punto más álgido en el baile de las cifras de fallecidos. Los engaños y decepciones en la compra de material sanitario y un largo etc.
Por eso el largo aplauso que el ministro recibió resultó un palmear hipertrófico y fuera de lugar que recordaba a los parlamentos de la antigua República Soviética, donde nadie se atrevía a ser el primero en dejar de aplaudir. Y todavía se puso más en evidencia que los halagos recordaban al chiste relatado, máxime cuando en estos días aparece excluida la Escuela concertada de la Reconstrucción social y económica, dejándola sin ayuda. Y la Ley de educación ahoga la enseñanza de religión católica y las posibilidades de esta al parecer “demoniaca” Enseñanza concertada. Los colores siguen siendo fundamentalmente rojo y en menor proporción azul. Al igual que los resentimientos. Esperemos que en el homenaje del próximo día dieciseis no haya excesos que agravien el respeto que el acto merece.
Desde la Bahía
Halagos decepcionantes
Los colores siguen siendo fundamentalmente rojo y en menor proporción azul. Al igual que los resentimientos.
José Chamorro López
José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando
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