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Cinco meses luchando contra el Covid: "Quiero volver a mi vida normal"

Nuria Hernández, de 43 años, recibió una PCR positiva el 26 de marzo. Aunque ya dio negativo, sigue asfixiándose, pierde el pelo y no puede concentrarse

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  • Nuria Hernández, a las puertas del centro de salud del Alamillo. -
  • "Tengo miedo porque se me ha quedado la sensación de que soy como reactiva"
  • Esta paciente pide prudencia y que se cumplan las normas para evitar que la curva de contagios siga desbocada

Era 26 de marzo. Nuria Hernández, sevillana de 43 años, recibió esa noche la llamada de su médico con el resultado de su PCR. Positivo. Días antes, Nuria, que tiene hipertensión y es diabética aunque no de insulina, se había asustado de verdad cuando a la tos persistente, el dolor muscular y el dolor de cabeza se le añadió la falta total de gusto y olfato. “Me ponía el bote de lejía en la nariz y nada. Rociaba el cuarto de baño de ambientador, y tampoco”, recuerda. Tras 63 días aislada sola en su casa de Bormujos y después de una semana de ingreso en el Hospital Virgen del Rocío, Nuria recibió el 27 de mayo otra noticia, aquella por la que había estado dos meses peleando: su serología era negativa. Había pasado el coronavirus. Ya podía volver a su vida normal.

Se me revuelven las tripas cuando veo a la gente que no cumple con las medidas de seguridad. ¡Que no son tantas! Lavarse las manos, ponerse la mascarilla y mantener la distancia

Tan sólo unos días después, Nuria tuvo la certeza de que nada había acabado aún. No tenía el virus pero sí sus secuelas y la sensación persistente de que es “radioactiva”. Tiene “miedo”.

Nuria relata su historia, cogiendo aire entre palabra y palabra y atusándose el pelo para mostrar cómo se le cae a manojos, porque asegura que se “me revuelven las tripas” cuando se topa con alguien que no cumple con las normas; o ve en los informativos las manifestaciones multitudinarias en las que se niega la existencia misma del coronavirus y se invita a no usar la mascarilla.

Andalucía afronta el otoño con una segunda oleada de la pandemia después de haber registrado en agosto el peor mes en cuanto a contagios, y con nuevos (y tristes) récord de casos diarios, como el registrado este martes, con más de 900 nuevos positivos confirmados. Las hospitalizaciones se mantienen en niveles controlables, según los expertos sanitarios.

Nuria sigue de baja laboral, lleva un inhalador en el bolso para los momentos en los que sufre una crisis respiratoria y siente que no le llega el aire y no puede ni hacer la compra ni bajar a la playa. La enfermedad y el estrés sufrido le han afectado también a su capacidad de concentración y a la memoria. Pide prudencia, mucha prudencia.

Lo más cruel de esta enfermedad es que la pasas sola. No puedes estar con nadie. Mi familia me dejaba las cosas en la puerta de mi casa y, cuando se iban, yo las recogía”, relata, sin olvidar que su mayor “sufrimiento” los días de aislamiento era pensar en que podía haber contagiado a sus padres, a los que cuidaba. Su padre está en tratamiento oncológico, el tercero en unos años, y su madre perdió la vista como consecuencia de un glaucoma. “Se me revuelven las tripas cuando veo a la gente que no cumple con las medidas de seguridad. ¡Que no son tantas! Lavarse las manos, ponerse la mascarilla y mantener la distancia”. Nuria llevaría a los que se resisten a tomar precauciones a pasar “un día, sólo un día” en el hospital para que vieran cómo trabaja el enfermero que a ella, durante su hospitalización, le sacaba sangre: “Con triple guante, con tres capas de ropa, sudando… Se nos olvida todo muy pronto”, se lamenta.  

Nuria ha empezado a recuperar algo de gusto. El sabor amargo es el primero que ha vuelto a sentir. El mismo que le queda cuando ve las cifras de contagios que evidencian que el virus no ha pasado. Confía en que su experiencia sirva de nuevo para que la sociedad “no se relaje”, porque ella tiene un deseo: “Quiero volver a una vida normal”.

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