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El jardín de Bomarzo

El negocio del odio

Nietzsche asegura que el odio sirve para mantener un cierto estado de alerta intelectual

Publicado: 18/09/2020 ·
11:47
· Actualizado: 18/09/2020 · 11:47
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Bomarzo

Bomarzo y sus míticos monstruos de la famosa ruta italiana de Viterbo en versión andaluza

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Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"El odio ha causado muchos problemas en el mundo, pero no ha ayudado a solucionar ninguno". Maya Angelou.

Nietzsche asegura que el odio sirve para mantener un cierto estado de alerta intelectual; necesitamos ese sentimiento para separarnos de aquello que previamente hemos amado y que, en muchos casos, resulta una gasolina vital porque de él se genera una actividad exhaustiva contra otra persona o colectivo. Por lo general se produce por un daño recibido, bien sea físico o psicológico, por baja autoestima y el hecho de sentirnos inferiores genera envidia y de ahí pasamos a odiar, cuando culpas a otro de una situación negativa personal o tras una ruptura y de la rabia, ira o agresividad que produce se genera un sentimiento negativo prolongado muchas veces difícil de controlar. Entonces se busca justicia intentado lesionar al odiado, aunque la realidad es que el mayor daño a sí mismo se lo hace el que odia al entrar en un bucle negativo porque lo normal es que cuando se produce negatividad y lesión se termine contaminado. La cercanía a elementos tóxicos suelen producir contagios. El odio, la envidia, la codicia, la culpabilidad, la sed de venganza y la vanidad son los sentimientos corrosivos del alma, que si bien pueden ofrecer momentos de felicidad y auto complacencia a quien cree ha conseguido su objetivo, corroen poco a poco porque la mala conciencia es imposible de eliminar por completo, siempre queda algo y, por lo general, termina destruyendo a quien la genera. Las personas con auto estima, sin complejo de inferioridad -ni de superioridad- no conocen la envidia ni sienten odio por quien les ha hecho daño, rechazan los sentimientos negativos porque siempre son autodestructivos y no hay nada mejor que cuando uno se echa a dormir sentir la calma que ofrecen los sentimientos positivos. Dedicar los últimos minutos del día a alimentar odios resulta, bien pensando, terrible.

Claro que hay diferentes niveles y escenarios relativos a él. No es lo mismo odiar a la pareja que te abandonó y a quien un día amaste, a un amigo tras un desencuentro, a un compañero de trabajo que te hace la vida imposible, a un jefe explotador al que estás necesariamente vinculado por necesidad económica, a quien envidias, que el odio a un adversario político. Son de distinta intensidad. Además, unos forman parte de la intimidad personal o profesional sin derivadas hacia otras personas, mientras que otros conllevan una responsabilidad porque ese odio latente altera la actividad de quienes son representantes públicos elegidos por un pueblo que, atónito, observa a diario como un sector de sus políticos electos se odian y vilipendian en el parlamento, televisiones y, para condimentar a media el feo enjuague, en redes sociales, donde uno puede despacharse más a gusto en una intimidad compartida por millones e incluso bordear la mentira al sentirse ahí inmune, oculto entre un entramado inmenso de hilos en la red. Atacar. Esa modalidad de políticos que sólo entienden una forma de hacer política, la de odiar a sus adversarios queriendo destruirlos y, a ser posible, mandándoles a prisión o mínimo erosionando su imagen pública incluso traspasando líneas del ámbito personal, injuriando, mintiendo, llevando el sano debate político al insano permanente del enfrentamiento; una forma de hacer política que sólo despliega  toxicidad. Porque al final la paciencia siempre va a tener un límite y derivará en confrontación para pasmo de unos ciudadanos que lo que ingenuamente aspiran es a ver cómo a las fuerzas políticas, por encima de todo, les debería mover el interés general y superar sus odios por el bien común. El mandamiento número uno de la política es, debería ser, negociar, siempre hay que negociar, incluso lo que no te gusta y con quien no te gusta, pero para eso están, para eso reciben un salario, para eso el ciudadano les paga, no para que se odien.

El ODIO COLECTIVO es algo aún más preocupante y, desgraciadamente, parece que empieza a generarse en escalada. La guerra civil fue producto de ese odio colectivo del pueblo de un bando a otro. Ese odio colectivo que no nace espontáneo, se crea deliberadamente por algunos políticos, mandando mensajes populistas a las mentes del pueblo orientados a crearlo contra los que no son del mismo colectivo social, de la misma ideología o pensamiento. La llegada de Podemos no sólo trajo la división de la izquierda con ese odio al PSOE porque "se había vendido al capitalismo", también trajo el escrache, los insultos, la criminalización de todo aquél que no se situaba en sus filas y el inicio de una vuelta a la fractura social. Con la aparición de Vox y su discurso populista de ultraderecha, empujando al odio contra el PSOE y la ultraizquierda, la fractura social empieza a ensancharse. El Congreso vive sesiones inusitadas desde la época de la segunda república, los ciudadanos reciben regueros de whatsapp con bulos que, de no contrastarse, alimentan odios de unos a otros. Porque, ahora, pongas el canal que pongas, a la hora que sea, en espacios nacionales, autonómicos o locales, el odio sobresale por encima de las ideas porque puede más el derribar al contrario y hacerlo, eso sí, enarbolando la bandera de que es en beneficio del conjunto de los ciudadanos que la búsqueda real de ese beneficio siendo generoso y cediendo: la política es un ejercicio de llegar a acuerdos, debe pedir en proporción a lo que debe ceder. Pero es imposible cuando de antemano es obvio que no hay interés en llegar a acuerdos y que solo cuenta el odio en derribar al adversario. Sea como sea.

Y para ello el camino más tenebroso en el que han entrado los políticos es la vía de la fiscalía, judicializando la vida política. Y ese es el gran error. En Jerez, por citar un ejemplo pero hay otros, ya se vio a dónde les llevó a los anteriores mandatarios de los sucesivos gobiernos municipales, que enfrascados en destruirse entre ellos emprendieron la vía judicial como arma arrojadiza: dos en prisión -Pacheco y Sánchez- y Pelayo, que se libró por su aforamiento. En sus soledades -los tres-cuántas veces habrán reconstruido errores.

Esta situación política requiere urgentemente un pacto entre las fuerzas moderadas, -en las extremas es como pedir peras al olmo-, unido a que desde los medios de comunicación -al menos los sensatos-se debería promover un cordón sanitario a la política corrosiva y generadora de odio, a la confrontación por la confrontación, a la mentira a sabiendas. Y, también, el poder judicial sumarse y reflexionar sobre el  mal uso político de la justicia, blindando esa independencia que Montesquieu predicó y estableciendo mecanismos que impidan dejarse usar como la mejor herramienta del odio político, que es el que nos afecta a todos.

Vivimos tiempos muy difíciles. Y algunos parece que no se han enterado, cegados por sus egos. La verdad es que las cifras de esta segunda oleada del virus resultan inquietantes desde los puntos de vista sanitario y económico y lo que menos necesitamos ahora -y nunca-, en Madrid, en Andalucía o en cada una de nuestras localidades es una política basada en el odio y en la confrontación, en el derribo, en el disparo selectivo para alcanzar el poder. Pero desgraciadamente si uno levanta la vista y mira en derredor lo que percibe es chusca y bronca, fiscales y jueces a todo trapo y la sensación de que el odio es el motor que mueve el negocio de una política que olvidó el principio noble por el que nació porque el poder es el único objetivo. A cualquier precio.

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