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Desde la Bahía

Ley versus justicia

Las leyes injustas hay que cambiarlas, pero mientras están vigentes, hay que obedecerlas. Exactamente igual a los que están en el poder.

Publicado: 21/09/2020 ·
14:36
· Actualizado: 21/09/2020 · 14:36
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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España comienza a ser una madeja devanada alrededor de un eje socio-comunista que quiere reducirnos a ovillo dispuesto a ser tratado por la máquina del poder, lo que nos llevará finalmente a ser una indumentaria única y sin posibilidades de cambiar de forma o color.

Lo que está establecido merced a una ley, es cierto que es un hecho legal, pero una ley no es justa por ser ley, sino por ser justa. Además los pueblos que necesitan revestirse hasta la saciedad de leyes, también estarán saturados de transgresores, lo confirma la astucia del refranero “quien hizo la ley, hizo la trampa”. 

Es cierto que quien más habla mal de España y sus gobiernos, la mayor parte de las veces es un español, pero también parece confirmarse que, quienes más intentan dividir y enfrentar a sus ciudadanos, son los gobernantes de algunos partidos cuando alcanzan el poder. Todavía se recuerda como algo inverosímil dentro de un Gobierno que alardeaba de progresista, solidario y de unión entre todos los españoles, aquella frase que se escapó por un indiscreto micrófono abierto: “Hay que crispar más”. Un hecho de este tipo deslegitima a quien lo lleva a cabo, ya que nunca podrá considerarse ni justo, ni razonable. Un pueblo tapizado con el barniz insobornable de la honradez, hubiera hecho dimitir a ese gobierno de modo inmediato, pero dimitir en España es una utopía, es como una luz reflejada sobre un muro; se sabe que existe, pero jamás va a tener cuerpo físico.

La mentira, el engaño, siempre ha estado de moda en política, pero permitía ser reconocida. El grave problema actual es que en este país se ha universalisado y transformado en verdad. Ya no hay historia de España, sino relatos interesados de quienes “llevan la batuta” que además tienen la habilidad de un mago para hacer desaparecer lo no conveniente. Impera la doctrina de la “ciencia de la falsedad”. Es vergonzoso, y sin embargo ni se sonrojan los que así actúan, retrotraerse a hemerotecas o videotecas y ver los cambios que en días y a veces en horas,  se producen en los distintos pronunciamientos de los que gobiernan, tan antagónicos, que parece imposible pueda llevarlo a cabo un mismo cerebro, sin modificar el gesto.  Qué buenos jugadores de póker saldrían de algunos gobiernos.

No hay que ir más lejos. Ayer mismo éramos el segundo país del mundo en número de contagios por virus Covid19. Y no se sabe ciertamente cual es el lugar que ocupamos por número de fallecidos, ya que la cifra real puede ser casi el doble de la oficial. “Meteduras de pata” tantas como días de confinamiento.  La penuria actual con caída del poder adquisitivo familiar, el tejido industrial y empresarial y los índices de actividad económica, han llegado a límites impensables para cualquier experto. No basta la cuantía material, que nos ofrece la Comunidad Europea.   

El ciudadano, gira su mirada de esperanza hacia el Gobierno, del que espera una eficacia casi sobrenatural, para poder salir de la crisis. Pero en el Parlamento, una vez descargada la responsabilidad en los individuos y las Comunidades Autónomas, solamente se oyen insultos y reproches, a modo de Taberna del laurel zorrilesca para ver quien tiene su “saca” más llena de corrupciones o se vuelve a las deshumaciones, o a las -pseudomemorias históricas, ahora bautizadas como “democráticas”- y se intenta tal como hace siglos describía Quevedo, obligarnos al silencio, o amenazarnos mediante el miedo.  La tribuna de oradores se ha puesto mascarilla para no contaminarse de los efluvios del resentimiento.       

Somos madejas, es decir hilos recogidos en vueltas IGUALES y GRANDES, como indican las verdaderas democracias. Nunca seremos ovillo para un mismo jersey. No nos merecemos estos tipos de gobierno, ni de leyes. Siempre seremos escrupulosos con el deber. Las leyes injustas hay que cambiarlas, pero mientras están vigentes, hay que obedecerlas. Exactamente igual a los que están en el poder. Por eso la salida que más se precisa a veces, es un cambio de gobierno.  Pero ni dimisiones, ni mociones de censura, van a conseguirlo. Otra cosa sería la censura, crónica, diaria, de una sociedad que no merece las desviaciones de atención a que quieren someternos, sorteando los problemas esenciales, que pueden alterar seriamente la vida de la nación.

De no ser posible de ninguna de las maneras, aprenderse bien la lección, para saber que hay que elegir con conocimiento, si queremos que nuestra vida sea plural, variada y sobre todo eficaz.

 

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