En esta mañana del otoño de 2020, como cada amanecer de cualquier día del año, abría las puertas al día e iniciaba con el camino desde sus comienzos, sus tareas. Me sentaba frente a la pantalla del ordenador y abría el segundo cajón de su mesa de despacho a mano izquierda. En el primero estaban las ideas, en el segundo las palabras y en el tercero como combinar las unas y las otras.
Necesitaba palabras para comunicarme, para escribir historias, construir poemas, fabricar relatos e inventar fabulas, necesitaba vocablos para recrearlos y recrearme. Y todos los días podía comprobar que con pocas palabras podía decir mucho, y con una gran cantidad de términos no era capaz de expresar demasiado.
A veces las encontramos en nuestros caminos, como las personas, sin hacer grandes esfuerzos, más grandes o pequeñas, amables o agresivas, claras o cripticas, directas o enrevesadas, musicales o perdidas, conectadas o solitarias, bellas o monstruosas.
Las utilizaba para defender o acusar, aunque a veces son ellas las que venían en mi busca y daban conmigo, para que me perdiera con ellas y supiese utilizarlas para decir la verdad y descubrir las mentiras que me contaban.
Palabras de consuelo y vocablos de ánimo, expresiones de alegría que me empujan y me inyectan fuerza. Hay algunas que me contagian poder y otras que me dan debilidades, las que me ofrecen compañía o me inundan de soledad en sus diferentes versiones.
Aquellas que me acogen y me dan la bienvenida a quienes llegan a mi lado y las que amablemente me expresan un sentimiento de despedida con un simple adiós. De repente algo inesperado me toca y me encanta y alejados de las rutinas cotidianas, experimento una extraordinaria libertad.
El coraje me otorga una gran fuerza interior a la hora de tomar decisiones o de expresar sentimientos por alguien, y me lleva a cuidar a esa persona que es una de las formas más nobles de amar, cuando esto existe, entre dos personas, hay complicidad porque se entienden a la vez que sienten un profundo cariño.
Tanto es así , que implica adivinar el pensamiento del otro e incluso vivir en sintonía con el mismo, que provoca una sensación de bienestar y un equilibrio que es esencial para una vida tranquila y plena , sabiendo dar la debida importancia a la razón y a la emoción.
Una de las más bellas palabras que he encontrado en mi cajón ha sido esperanza, porque me hace persistir y creer que algo puede suceder y es posible aunque haya signos de todo lo contrario. Si de aquí doy un salto y paso a la felicidad, habré exprimido no solo la belleza de las palabras celosamente guardadas en mi cajón, sino que le habré dado animación para ser capaz de producir cambios y transformaciones.
Saber ocupar mi lugar, desde la autenticidad es ser verdadero, con los demás y conmigo mismo, si lo hago con honor, con arreglo a mis valores y principios, mantendré la palabra dada y seré respetado.
Si además no cedo, y me mantengo implacable, inflexible y riguroso, no admitiendo fanatismos ni chantajes, aunque sustituya el significado habitual que le danos a las palabras por otra, no solo estaré construyendo una metáfora sino que veré que aunque las palabras puedan ser efímeras pueden dejarme una memoria permanente, que jamás debe envolverme en el odio y el rechazo.