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El jardín de Bomarzo

Relato del día triste

Como blue monday se conoce el tercer lunes de enero y se considera el día más triste del año, este además más triste que ningún otro

Publicado: 22/01/2021 ·
11:54
· Actualizado: 22/01/2021 · 11:54
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Bomarzo

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El jardín de Bomarzo

Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"A fin de cuentas, todo es un chiste". Charles Chaplin.

Igual que el 16 de enero se celebra el día internacional de las croquetas y con ello se demuestra que ya todo -o casi, menos el hombre heterosexual que no usa piercing ni se tatúa ni es violento o machista y que solo se pone loción después del afeitado...- tiene su día, la tristeza también. Como blue monday se conoce el tercer lunes de enero y se considera el día más triste del año, este además más triste que ningún otro por cuanto todo lo que nos rodea nos hace estar mega-extra-súper deprimidos: han pasado las navidades, una de las peores de nuestras vidas, acumulamos por tanto deudas y kilos de más por aquello de que solo hemos podido gastar y comer, queda por delante un desierto árido y extenso donde no hay festividades a la vista ni nada -solo dunas, sol recio y matojos rodantes-, no hay semana santa, no hay ferias, veremos qué verano nos aguarda este año, el Covid hace estragos y vemos como el bicho cada día se acerca más por los diferentes flancos que rodean nuestro cuerpo y el ritmo de vacunación es lento, no hay más que motivos que invitan a deprimirse. Y un tal Cliff Arnall, psicólogo, ha determinado con fórmula matemática incluida que el grado extremo de tristeza alcanza su cúspide anual este pasado lunes 18 y se recomienda para paliar en parte la afectación, entre otras cosas, comer productos que contengan triptófano, que es un aminoácido que produce la hormona de la felicidad y que se da en alimentos como las pipas de calabaza, el pavo, el chocolate, los cereales integrales o las espinacas. O sea, estás triste de bajonazo rotundo el día más triste del año triste, un frío y gris lunes a mitad de enero y, para animarte, te preparas al desayuno un tazón de cereales integrales y unas espinacas al punto... Pues vale.

A la tristeza se le añaden rápido otros males porque el ser humano es propenso a empeorar su estado natural y es entonces cuando echas la mirada atrás y te das cuenta de que lo de antes era en realidad casi una felicidad completa comparado con lo de ahora porque, en un segundo, todo ha rotado a peor: de pronto sientes un repentino dolor de cabeza, unos bostezos impropios de la hora, un cansancio nada habitual para tu momento de vida o del año y, claro, piensas que te llegó el momento, que el virus ha decidido invadirte y aunque pensabas que eso a ti no te sucedería porque los males son para los demás y tú estás sano de narices y nada expuesto, la asfixia repentina añade, a tu tristeza chunga, preocupación alta. Olfateas todo midiendo tu grado de percepción sensitiva cual Golden Retriever a la caza de su hueso jamonero. Triste y ahora, además, inquieto.

Porque puede resultar que a un compañero de tu hijo en clase dio positivo, que tu padre o el vecino con el que te cruzas en el rellano lo dio, quizás la persona que viene a casa a limpiar o el compañero de trabajo tiene un familiar que lo ha dado y, de pronto, toses, te ahogas al subir la escalera, no bajas de ocho minutos en el kilómetro doce de tu maratón diaria habitual y tu entorno te mira mitad preocupado mitad haciendo cuernos con los dedos de la mano señalándote y percibes ese pasito atrás, leve, casi minúsculo, casi imperceptible,  de , pero perfectamente medible. Paso atrás. Estás triste porque es el lunes triste, inquieto, ahora además a un paso de asilado y a tu mente salta la imagen fotograma a fotograma de los leprosos en Ben-Hur, pobres, abandonados en aquel desolado valle y casi que sientes el impulso de buscar a otros contagiados para hacer equipo, montar un sindicato y reivindicar horas, crear un partido, no sé, hacer ruido y hacerte fuerte en el bando vírico. Hacer pancartas, apuntas.

Con cada persona que hablas te asegura que lo que te pasa son claros síntomas del Covid -sea lo que sea-, que a su cuñado, sobrina, primo o hermano exactamente le pasaba lo mismo y dio positivo. Te centras. Prueba, necesitas urgente una prueba porque quieres volver a ser feliz estando solo triste y no además inquieto y aislado y acudes raudo en busca de ayuda y entras en internet y, buscando, ojeas titulares: "La vacuna española más avanzada muestra una eficacia del cien por cien en ratones...". ¿Ratones? "El coronavirus mata al doble de hombres que de mujeres, científicos lo explican". Joder! Necesitas el test de antígeno urgente, consigues cita pagando, vas, te meten el bastoncillo por el orificio de la nariz como si la enfermera buscara petróleo taladrándote el cerebro. Ahora la espera, menos mal que pocos minutos y, zas, resultado: negativo. Respiras aliviado, aunque te preguntas: ¿entonces tendré cáncer, melanoma, menopausia?

Contento con tu negativo te lanzas a llamar a la gente porque eres feliz en tu tristeza y el jarro de agua fría te vuelve a dejar sumido en la incertidumbre: no te fíes que ese test falla más que los relojes de los puestos ambulantes. Y sigues con tu cansancio, tu respiración anormal, tocándote la frente, observándote. Te decides a llamar a salud responde, pero más bien responde un ordenador y a sus preguntas autómatas marcas 1, 2... hasta que llegas al punto crucial: te cita síntomas que tienes y raudo marcas el número que corresponde…. zas, se corta la llamada. Repites y repites y en ese punto se vuelve a cortar. Con suerte a la enésima llamada consigues avanzar y te dicen que te llamarán para darte cita para hacerte pcr. Puf. Llegados a este punto, con tus síntomas que notas cada vez más agudos te planteas si te estás volviendo hipocondríaco o es gracias a tu comité de expertos particular y te convences que casi mejor te hagan la prueba cuanto antes y des positivo, porque si sale negativo igual tienes otra enfermedad, a saber cuál, y la cosa no está para ir a hospitales. 

Pones la tele mientras esperas y con los informativos no sabes si llorar, reír, tirarte al tren o al maquinista porque el proceso de vacunación se ralentiza y vete a saber cuándo te tocará. Vacunas que sobran y una vez descongeladas van al cubo de basura cuando 46 millones de personas están a la espera. Unos aumentando nuestro temor con teorías sobre la gravedad de la tercera ola, otros restándolo explicando que es más inofensiva y tú con la mano en la frente midiendo temperatura. La alerta de que aún vacunado puede ser que se contagie a no vacunados, por lo que durante 2021 y quizás el 22 la mascarilla seguirá presente en nuestras vidas; comunidades autónomas, que en el confinamiento pedían a gritos que acabase el aprisionamiento, ahora instan a que Pedro Sánchez adelante el toque de queda. Un conjunto de despropósitos que nos hace sentirnos entre conejillos de indias, muñecos y lo que somos, idiotas. 

El tema de nuestros políticos, como siempre, es de nota. Políticos que se saltan su turno de vacunación y no contemplan ni la dimisión. Albert Rivera al quite justifica la prioridad de gobernantes: "Después de nuestros mayores, enfermos crónicos, sanitarios y resto de servidores públicos, deberían vacunarse nuestros gobernantes y legisladores. Darían ejemplo ante la población y tendríamos a los dirigentes del país inmunes para estar disponibles 24h y 365 días en la pandemia", dice.  Cuando el ejemplo lo han de dar esperando a ser vacunados cuando les toque, ¿no?. Habría de preguntarse si la familia real y los miembros del gobierno central y de los  autonómicos están ya inmunizados. Se admiten apuestas. Se puede argumentar, en la línea de Rivera, que resulta importante salvaguardar la salud de estas personas, de las que depende la estabilidad del Estado, pero que lo cuenten con transparencia e igual hasta lo entendemos. Pero el secreto empuja a la sospecha y aumenta el pensamiento popular de que los políticos gozan de privilegios que no tenemos los demás, piensas hecha la pcr y esperas dos días resultados.

Entre tanto dislate, impidamos que nos aniquile la tristeza descubriendo la parte cómica de esta pandemia, tal como hubiera dicho Anatole France. Pcr negativo también, por fin y de nuevo tan solo triste en esta triste semana de contagios que entre sus siete traía el día más triste del año. La tristeza se expande y contagia como el virus, pero más aún lo hace la risa y, puestos a elegir, sonriamos mejor.

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