La muerte de
Jesús Quintero en la tarde de ayer ha removido conciencias. A sus 82 años, el periodista que marcó una época alargada en la radio y televisión parecía inmortal. Distintas generaciones han mostrado en redes sociales la congoja causada por la triste noticia. Aquel que implantó un estilo singular de hacer entrevistas a finales de siglo XX y principios del XXI ha contado con el cariño y la admiración de la mayoría de los consumidores que acudían a sus programas para conocer la cara más transparente, tanto triste como dramática, vulnerable como fantástica, bella como horrorosa de la realidad.
Fue mi gran ídolo. Mientras que muchos de mis compañeros seguían los pasos de populares futbolistas de la época, se sabían los goles que marcaban por partidos y la talla de botas que utilizaban, yo grababa en
cinta VHS los finales de los programas emitidos por el que en su día fue el
perro verde para verlos al día siguiente.
Monólogos humanistas y analíticos desde una perspectiva poética y divulgativa.
Su manera de mirar a cámara lo decía todo. Lo que se conoce en el gremio como “traspasar” la pantalla. Me llamaba la atención, siendo jovencillo, cómo de la pregunta más trivial conseguía la respuesta más sublime. Conforme las plataformas digitales y canales de Internet iban llegando, aparecían del recuerdo entrevistas que el maestro realizó en décadas como los ochenta a perfiles siempre interesantes como
Antonio Gala, cuyos diálogos siempre inspiraron a los más sensibles,
Lola Flores, que reconoció haberse metido una “rayita” de coca como algo nada relevante porque se la metía “con método”,
Beni de Cádiz con las “peras frescas y esas pipas”, refiriéndose socarronamente a las frutas de la civilización romana,
Sabio Tarifa, con la importancia de que en “cada casa haya un jamón”,
Diego Pantoja, metiendo las gafas de vista en su aguado whisky, el rockero Silvio matizaba que "hay que tener rock and roll hasta para llevar un paso" de Semana Santa …
Todo me parecía interesante de este comunicador comprometido con las clases bajas, los ignorados por la sociedad del consumo que reían de los desechos generacionales. Descubrimos a homosexuales que limpiaban teatros eróticos, como
Estrellita la Cachonda, o a un “cargado de espalda” conocido como
El Pozí, o a un
Peíto de un solo diente que se cargó, junto a Risitas, los límites de audiencia.
Rocío Jurado pudo ser más diva frente a él,
Agujetas reconoció que tenía e iba a tener hijos “según vinieran” cuando ya se acercaba a los ochenta años; políticos de la talla de Felipe González o Julio Anguita reconocían luces y sombras del pasado…
Yo quería ser como él. Eso decía en esas clases de orientación profesional cuando me preguntaban a qué quería dedicarme. Con motivo del nombramiento del
flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, el 16 noviembre de 2010, yo estudiaba ya Periodismo en Sevilla, se emitió una serie de programas en Canal Sur Tv bajo el título
‘El sol, la sal, el son’, con artistas del arte jondo, dirigido y guionizado por Quintero, además se celebraba en su teatro de calle Cuna. Inolvidables son ya las apariciones de
Paca y Manuela, Pastora Galván con su Triana Pura,
Capullo de Jerez con su verborrea kafkiana, Rancapino con sus gafas de sol o Moraíto bailando al son de un silbido.
En junio de 2016, la Plaza de Toros de Jerez acogió el festival homenaje a
Juan Moneo El Torta cuyos presentadores éramos Jesús Quintero, Pepe Marín, José María Castaño, Manuel Moreno y un servidor. Mi primera vez ante un gran público, con Jesús… pero no apareció. Los problemas económicos que se airearon en la televisión le impidieron tener ánimo suficiente para ejercer de maestros de ceremonioas. Pero la vida me regaló otros momentos posteriormente como cuando
Rosario La Reina Gitana presentó su disco Muchelumbre en la Sala Compañía de Jerez, en julio de 2017, y ahí estuvo su compadre (padrino de su hija) para presentar el acto. También yo.
Jesús sabía lo que era el arte, tenía el paladar absolutamente exquisito y eso provocaba que el artista se entregara. Venía a Jerez a ver al Prendimiento y a empaparse de la gitanería de la tierra. Demostraba una y otra vez que la palabra tiene su peso, que no ha de gastarse porque sí. De Jesús aprendí que no es lo mismo ver que mirar, ni es igual oír que escuchar y, por supuesto, la diferencia que hay entre hablar y comunicar. Descanse en paz.