Ha concluido el
Festival de Jerez del año 2023, el del verdadero reencuentro. Hemos comprobado que sigue gozando de la salud de hierro de antes de la pandemia aunque sí que es cierto que este festival no se mueve gracias a la inercia sino al gran trabajo que se hace desde su dirección al resto de departamentos, por lo que, de alguna manera, animamos a que se siga apostando por él desde las administraciones, sobre todo local, hasta el patrocinio privado.
Otro aspecto a tener en cuenta es la oferta paralela que puede fagocitar a la oficial si no se piensa en convivir desde la coordinación entre todas las partes. Son tantas las peñas, tablaos, tabancos y salas que organizan su particular encuentro que a veces el que viene de otros países no sabe dónde acudir, coincidiendo incluso en horas con funciones del Teatro Villamarta. Es un aspecto que apuntamos porque debe ser tratado y estudiado por quien corresponda.
En lo artístico es más que curiosa la línea que se instala en este Festival que cada vez ofrece más danza contemporánea que flamenca, por ello tenemos que pararnos en el espectáculo de
María José Franco,
Bailar para ser, y
María del Mar Moreno, con
Bailahora, la tradición hecha vanguardia. Las dos han apostado en la recta final de la muestra por el baile más ortodoxo. Para ello, se han apoyado en un gran elenco artístico que está por encima del técnico, algo que se agradece. Queremos decir, en otras palabras, que por muy acertado que sea un diseño de luces, por muy extraordinaria que sea una puesta en escena, imprescindible supone la categoría del cante o la guitarra que acompaña al baile, principal protagonista.
Luis Moneo sobresalió con María José, y Antonio Malena con María del Mar. No nos olvidamos tampoco de David Lagos, que también estuvo acompañando a esta última con ese dominio del que solo unos cuantos pueden presumir.
En el lado opuesto,
Israel Galván con
Seises. Ya sabemos y aceptamos que no hace flamenco. Verdaderamente no sabríamos calificar lo que hace el sevillano.
Patricia Guerrero y
María Moreno han causado buena sensación, a mí personalmente me apasiona más la segunda que la primera. Ambas se suman a la creatividad que se exige hoy día, sobre todo en Europa y otros festivales mundiales, que es donde está el dinero. Pero Patricia, en
Deliranza, da un paso más en densidad y dramatismo, siendo María más conservadora con sus raíces, construyendo su montaje desde la pasión por la soleá.
En este montaje, el de la gaditana, destaca el cante de
Ángeles Toledano que, si con Edu Guerrero ya dejó el mejor sabor de boca días antes, con María se creció de tal manera que no dejó indiferente a nadie por su arrojo y sensibilidad. No se escondió en la soleá, se acordó de los maestros y maestras clásicos para marcar uno de los momentos de esta edición del Festival de Jerez.
En otros espacios, como en la Sala Compañía, subrayar la presentación de
Las Tr3s Orillas de
Manuel Valencia, un recital a modo de espectáculo en el que supera con creces las expectativas, con un guitarrista sobresaliente y de un nivel compositivo formidable. Estuvo arropado por David Carpio, como delicioso, y por el baile de El Choro, como dinamita.
De seguro que la directora,
Isamay Benavente, ya tiene en la cabeza algunos proyectos para la vigésimo octava edición, incluso acuerdos medio cerrados con compañías de baile. Enhorabuena una vez más a todo el equipo de Villamarta por su generosidad y gran labor, al Ayuntamiento de Jerez por su implicación económica, y que este espectáculo de la Cultura siga vivo por muchos años.