A la vista de las idas y venidas respecto a las medidas concernientes a la educación, desde que se declarase el estado de alarma, cabe pronunciarse de mil maneras diferentes, puesto que las carencias pasadas y presentes, así como las propuestas de futuro, arrojan una variedad casi infinita de puntos de vista e intereses tanto obvios como ocultos.
Como ya dije en una ocasión, el COVID-19 ha dejado el sistema al desnudo y se le ven las vergüenzas, pero tratemos de afrontarlas con una mirada positiva y propositiva. El subsistema educativo, que forma parte y responde al gran sistema neoliberal que nos gobierna, requiere por nuestra parte de una reflexión profunda, basada en el cuestionamiento de sus formas y fondos, pero proyectada hacia dos futuros; el inmediato, que nos apremia por la celeridad de las medidas de desconfinamiento, y el que nos aguarda a medio y largo plazo.
Puede que ambas proyecciones temporales encuentren en la situación actual el mismo nudo gordiano, dicho en modo coloquial, “esto no puede ser”, y partiendo de este convencimiento casi general, intentemos desmenuzar las medidas y propuestas que realmente supongan un cambio de rumbo; si hemos llegado a afirmar, así, groso modo, que “esto no puede ser”, es porque el problema tiene tantas caras que no sabemos por dónde hacerle frente. Hay muchos aspectos que nos urge resolver, pero que sugieren iniciativas a largo plazo tan necesarias como las que tomemos para mañana.
Una cuestión que solventar de forma inmediata es
qué hacer con niños y niñas cuando la maquinaria laboral comience a mostrar también sus vergüenzas, es decir, que dicha maquinaria no cuenta en absoluto con la necesidad de incorporar los cuidados en sus planes de presente y futuro. Bien, entre las medidas para la desescalada ya en la fase 1, el gobierno estatal considera la necesidad de que tanto comunidades autónomas como ayuntamientos permitan la vuelta a los centros escolares de miles y miles de personitas que son, repito, son, incapaces por naturaleza de guardar distancias de seguridad, mucho menos cuando se trata de espacios cerrados cargados de otras personitas que tocan todo, repito, todo, en todos, repito, todos, los momentos del día. Por otra parte, aparece la posibilidad de que también acudan a espacios inseguros aquellos niños y niñas que requieren el refuerzo presencial necesario para ponerse al día. A día de hoy, parece ser que esta medida va perdiendo fuerza.
Pero la cuestión de fondo es que no sabemos qué hacer con nuestros hijos e hijas, y ha quedado clara la visión política generalizada del modelo de escuela-cuartel-guardería que preserva al sistema laboral del incordio de los cuidados. Al margen de opiniones individuales, podemos pensar en otro modo de conciliar y corresponsabilizarnos, como sociedad, de una cuestión que nos atañe a todos y todas de forma diferente a lo largo de nuestras vidas; como alumnado, como padres o madres, como docentes o como abuela/o que tiene que recoger a sus nietos/as a la salida del cole, por cierto,
en Andalucía sigue haciendo el mismo calor a las dos de la tarde, tanto para pasear como para estar y salir de colegios no bioclimatizados en su mayoría.
¿Qué hacemos ahora? Lo más lógico ahora mismo parece ser dilatar, hasta conseguir una semi-seguridad epidémica, el tiempo de teletrabajo y compensación social eficiente de las pérdidas socioeconómicas derivadas de los trabajos que deban desarrollarse de forma presencial. Hemos repetido hasta la saciedad eso de que “hay que poner por delante la salud en lugar de la economía”, pero parece que no entendemos que, si ponemos en riesgo la salud, seguimos con la economía pendiente del hilo de los rebrotes.
Pero esto no es suficiente, ya que tenemos casi evidencias de que en adelante volveremos a vivir situaciones como ésta. ¿Qué hacemos entonces? Para empezar, podemos comenzar a diseñar un nuevo modelo educativo en el que los municipios sean el último eslabón en la cadena de cuidados que han de emanar de gobierno estatal y autonómico. Los espacios públicos abiertos a la infancia (no sólo los centros escolares), las redes de apoyo que ahora son espontáneas pero que pueden encontrar un soporte institucional para generalizarse, o quizás políticas públicas para la corresponsabilidad que faciliten a las familias poder ocuparse de los cuidados sin necesidad de renunciar a una proyección profesional. El debate está, lógicamente abierto.
Otra emergencia es la imposible distancia de seguridad, arriba mencionada, a mantener en nuestras escuelas andaluzas.
La insufrible ratio que llevamos denunciando desde hace años, y que genera desigualdad entre el alumnado y agotamiento entre el profesorado, se muestra ahora insostenible por los requerimientos del COVID-19. ¿Es posible, en tiempo récord, habilitar los centros educativos y aumentar el número de profesorado para dar respuesta a esta necesidad sanitaria? Yo opino que sí, que sólo es cuestión de poner sobre la mesa recursos económicos que debieron ofrecerse hace tiempo, es decir, es una cuestión de voluntad política, priorizando la tan reclamada inversión del 5 % del presupuesto en educación pública sobre otros gastos superfluos. Si no es posible de forma inmediata, tenemos que poner todo el esfuerzo en que ése sea el objetivo; una escuela con menor ratio y más profesorado no es sólo una escuela más segura, sino más inclusiva y justa.
Sé que podemos hablar de muchas más cuestiones; teletrabajo escolar, dedicación de las familias, estabilidad del profesorado, revisión del currículo oficial y el oculto, inclusión real, revalorización de la educación, digitalización de los centros… ¿Quedamos para otro día?
Mar Oliver, maestra de educación infantil.