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Desde la Bahía

Cincuenta y siete escalones

No somos todos iguales, pensó. Es incomprensible que no haya una mejor distribución de la riqueza.

Publicado: 10/10/2021 ·
21:48
· Actualizado: 10/10/2021 · 21:48
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Eran cincuenta y siete los escalones que separaban el suelo del campanario de la Ermita del pueblo. Los subió de pequeño, cuando aún el paisaje sólo impresiona a la retina, pero no al cerebro consciente. Pero recordaba con claridad de agua de aljibe, el nido que en una de sus almenas había construido la cigueña y el número de huevos que allí había depositado. Le pareció fantástico e increíble que lo hubiera hecho aquel pájaro que lucía su posado sobre el mismo.      

Volvió al campanario siendo ya bachiller, acompañado de una bonita compañera de estudio, esta vez sí con la idea de observar el paisaje, en el horizonte y en el área de su pueblo. Allí estaba, sobre la misma almena y con su misma estructura el que supuso con razón era un nuevo nido realizado por una cigueña distinta. La siguió admirando. Pero tuvieron que volver tres días después porque a su amiga se le había perdido un zarcillo de muy válido recuerdo y tenía la impresión, como así fue, que podría estar en el campanario. Su sorpresa fue enorme. El nido no estaba en la almena. El campanero le dijo que los vientos y lluvias casi torrenciales que había habido una madrugada previa, acabaron derribándolo. A las crías las fracturó el suelo y las ahogó el agua de lluvia. La estructura del nido pasó a ser un despojo de ramas secas que el agua arrastraba en desorden de corrientes.  Empatizó con el hecho y sintió como suyo el dolor que la situación encerraba.

Reflexionó y se dijo así mismo ¿cómo es posible que esta ave no haya evolucionado a través de los siglos y que no haya buscado un lugar más acogedor y seguro para la crianza de sus hijos? Creí viendo su nido, verdadera obra de ingeniería, que se trataba de un ser inteligente. Ahora sé que es solo “instinto”, es decir una “orden natural” dada, sin posibilidad de debatirla o desobedecerla.

El ser humano es inteligente. Se dio cuenta un día que acompañé a su madre a visitar una amiga que vivía en la pobreza y el chabolismo.  Le sorprendió la habilidad con que habían combinado maderas y latas de envases para construir las paredes y techo del que diríamos era “un hogar” en cuya puerta un jilguero que cantaba dentro de su jaula, le recordó el “quejío” de un flamenco encarcelado.

Hablaron de bienestar. La mujer le contó a su madre que ahora estaban mejor. El ingreso mínimo vital, el pago del paro, el haber llevado allí la red de abastecimiento de agua, sin contador de medida, el trazado eléctrico con gasto al Municipio, además de la escuela para los críos y ayudas en comestible y ropas le habían dado a la familia un tono muy agradable.

Empatizó con aquella mujer. Le irritó el que estas personas vivieran en aquellos “cubiles” y en tan extrema pobreza. No somos todos iguales, pensó. Es incomprensible que no haya una mejor distribución de la riqueza. Y menos que nos sigamos llamando cristianos. Estas personas no merecen vivir de esta forma y hay que apoyarlas con mucha mayor rotundidad. El progreso y el avance sanitario lo exigen.

Reflexionó posteriormente y pensó. Esta gente que viven en un pueblo donde playa, monte, río y tierras de cultivo rodean su perímetro no han sido capaces de juntos exigir a los que tienen el mando - y la obligación - que les dé libertad y posibilidades económicas para desarrollar proyectos laborales qaue debían partir de los municipios en primer lugar -  que aporten riqueza, bienestar y un trabajo fijo, que les cambie la “pobreza de distribución” que ahora tienen, por una “pobreza de producción” que los llevará finalmente a hacer desaparecer ambos conceptos. La pobreza en que viven es de instinto, pero  estos hombres y mujeres son capaces de debatir y desobedecer su orden, porque tienen inteligencia y capacidad de trabajo, aunque hay una corriente subrepticia en el ambiente político del lugar, que le interesa tenerlos en el nido de maderas y latas, que la desidia les ha acostumbrado, como la cigueña en el campanario y mantenerlos con migajas, para que nunca piensen en el dulce placer de un buen almuerzo, que queda relegado a las clases dominadoras, que a veces les contentan con una ley de okupas.   

         

 

     

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