Si el año 2020 pasó por nuestras vidas como el año de la Covid, el 2021debería quedar reflejado en nuestras agendas como el año que reivindicamos la importancia del trabajo de calidad en su máximo exponente. La vulnerabilidad y el desastre creados por la pandemia en todos los aspectos (sanitario, social y económico), fueron el desencadenante reactivo de la búsqueda y el reconocimiento de una clase trabajadora vapuleada durante una década por políticas de servidumbre patronal.
Desde los sindicatos y las organizaciones sociales, hemos elevado a un primer plano el papel que juegan la cooperación y el acuerdo en la construcción de un presente en plena transformación frente a un escenario político que ha erosionado día tras día la posibilidad de acuerdos globales y que no ha estado a la altura de una situación excepcional.
Cuando todo se detenía a nuestro alrededor, pusimos sobre la mesa el incentivo que suponía la capacidad de movilización de la clase trabajadora,para divisar un único futuro en el que se afianzaran los acuerdos y, como mal menor, se pactaran los desacuerdos. La subida del SMI, los acuerdos de los ERTE, la reforma laboral, las pensiones o los diferentes convenios para la reactivación económica del país son algunos ejemplos del año en que la centralidad del trabajo y los sindicatos recuperamos la autoestima.
Y decidimos que la íbamos a recuperar porque hemos estado vapuleados y desprotegidos, porque se ha intentado por activa y por pasiva la inviabilidad de la acción sindical en los espacios de decisión durante prácticamente una década, y porque la memoria humana es breve y selectiva, pero debemos recordar que en estos últimos años más de 300 sindicalistas fueron encausados por participar en piquetes informativos en toda España, quebrantados por la ley Mordaza.
El listado de injusticias derivadas de la práctica de socializar las perdidas y privatizar los beneficios ha sido interminable, mostrándonos agravios comparativos vergonzosos en algunos sectores sociales maltratados y donde la desigualdad se ha cebado con los más débiles, e igualmente en sectores laborales esenciales a los que aplaudíamos cada tarde y para los que hoy seguimos y seguiremos pidiendo el desbloqueo de sus convenios y mejoras en sus condiciones de trabajo.
La clase trabajadora no es deudora de un capitalismo que nos hace trabajadores pobres y consumidores activos, sino ciudadanos y ciudadanas que buscamos respuestas al desconcierto y la incertidumbre actual en la que algunos pretenden sacar beneficio.
Por todo esto hay que poner en valor, aunque no seamos conscientes del todo, que hemos empezado a cambiar el futuro al ubicar el mundo del trabajo donde le corresponde y, sobre todo, recordar que “los y las esenciales”, una vez finalice la pandemia, lo seguirán siendo.