Esta historia no ha empezado antesdeayer sino que forma parte de una -no creo que medida, pero si muy meditada- campaña sistemática que poco a poco ha ido calando, instalándose con carta de naturalidad, nunca de naturaleza, en nuestras costumbres. Voy a decirlo pronto: Cada día las navidades son más una fiesta pagana y menos la conmemoración de la llegada del Divino Salvador.
Nos están hurtando, en aras a la modernidad, los símbolos tradicionales. Ya hasta esa carísima iluminación multicolor que le ponen a los comerciantes del centro ha huido de los angelitos o los egregios soberanos de la noche mágica que está ahí y ya no representan la estrella que llevó a los reyes hasta Belén, ni siquiera la pandereta y la zambomba ancestrales, ahora lo suyo, solo hay que ver la iluminación de Madrid, es una especie de bloques luminosos, cuando no las astas de los renos o las figuras raras. ¿A que vine tanto cuerno? Deberíamos de preguntárnoslo, pero como sabemos que preguntar no es de buena educación, pues eso.
Nos queda, me dirán los puntillosos, el nacimiento monumental de Cristina y es cierto. Menos mal. Menos mal que este año, que yo sepa, esos energúmenos que cada año acaban robando la figura del Niño y destrozándola Porvera arriba, no han hecho su maldita gracia. A mí me encanta ese Portal ante el que se retratan los pocos turistas que nos visitan y que si no es porque sirve de atrezo y plató para la representación televisiva de la Adoración lo mismo ya hubiera desaparecido. Pero no quiero ser metepatas. Bien está lo que está bien aunque -allá ellos- tal vez no estén en lo políticamente correcto desde el punto y hora laicista. Y no seré yo quién se lo reproche, conste.
A un hombre, gordo, vestido de Coca-cola -siendo masculino- le llaman “santa” lo cuál queda muy bien desde la óptica de la igualdad y esas cosas del género. Claro que si a Melchor, Gaspar y Baltasar les ponen cada año en el aprieto de la imposible paridad, nadie debería alterarse. La cabalgata, cada vez más un espectáculo multicolor con mucha música y figurantes, tiene de todo y, si nos fijamos los reyes solo son tres efigies decorativas con barbas postizas o camuflaje de betún. Dos que hablan y una necesariamente mudita para no fastidiar lo poco que queda de lo que, porque sí, se vienen cargando desde hace mucho.